Para comenzar este camino hay que preguntarse ¿realmente es mala la sobreinterpretación a un texto? ¿Por qué el lector no puede fijar su atención en los elementos que, por muy lejanos que parezcan, guardan para él una semejanza por mínima que esta sea? Aparentemente no habría una relación entre el cuento “De como Guadalupe bajó a la montaña y todo lo demás” de Ignacio Betancourt (1948) y un corrido de los Tigres del Norte; o quizás sí. A esto se volverá más adelante. Ante la pregunta planteada líneas antes, Eco dirá: “un exceso de asombro lleva a la sobrestimación de la importancia de las coincidencias que son explicables de otras formas” .
Dicho lo anterior, puede inferirse que, aunque el lector sea libre de hacer la interpretación que mejor le parezca, este debe mantener su atención fija en las relaciones más próximas entre signos y símbolos, no dejándose guiar por el asombro.kkkkkkkkkkkkkkk
Ante la postura de Eco, existe la visión de Culler, con una perspectiva más abierta a la interpretación. Para el intelectual inglés, el texto permite una libertad interpretativa, no cerrada a la relación cercana entre signos y símbolos, sino llevada más allá en donde, mientras se fundamente en el texto, la interpretación es válida, pues como él mismo escribe: “no creo que haya que considerar la producción de interpretaciones de obras literarias como meta suprema y mucho menos única meta […] pero si los críticos van a dedicar su tiempo a la elaboración y propuesta de interpretaciones, entonces deben aplicar toda la presión interpretativa que puedan” .
Para estas alturas, el lector tiene dos grandes tesis que se oponen una a la otra. La primera, la de Eco, sugiere no centrar la atención en coincidencias que puedan resultar en nimiedades; la segunda, la de Culler, propone en síntesis llevar a sus máximas expresiones los ejercicios de interpretación.
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