Desde el comienzo de la historia del hombre en el planeta tierra, ha visto
la inquietud de evaluar, controlar y reorientar las actividades que él con sus
semejantes realizan en un tiempo y espacio determinado. Esta cualidad por
supuesto la heredó de Dios, quien al hacerlo a su imagen y semejanza, lo dotó
de algunas características de su creador: supervisor por excelencia. El libro de
Génesis narra cómo el Ser Supremo en todo momento supervisó y evaluó su
maravillosa creación al manifestar que todo lo creado “era muy bueno” (Gen
1:31). Este pasaje bíblico, es sólo uno de los ejemplos de cómo la necesidad
de supervisar el trabajo, es algo con lo que Dios ha dotado al hombre para su
desenvolvimiento en este planeta, lo cual la historia corrobora desde las
primeras civilizaciones que se formaron después del diluvio, como la Egipcia,
Asiría, Mesopotámica–babilónica, Medopersa, Griega y Romana.
De allí que, a lo largo de la evolución histórica todas las organizaciones
emplean diversos mecanismos para lograr las actividades que desarrollan, ya
que cada proceso posee su propia naturaleza y forma de hacerlo; es por ello
que utiliza la supervisión, como acción de verificar el cómo y con que lo están
realizando en caso específico en la educación, para mejorar el trabajo
pedagógico, el cual ha sido elemental para el desarrollo de la humanidad en
general.
Se debe tener presente, como las naciones se desenvuelven a partir de
la educación de sus ciudadanos, sería lógico pensar que desde tiempos
remotos la educación haya estado presente en este apartado solo como
instrumento de verificación y perfección de la calidad de la enseñanza, al
respecto en palabras de Ortega (2012) la educación se puede comprender
como la destinación para ampliar la capacidad que posee cada ser humano
apoyado en lo moral y afectivo, partiendo de su cultura y de la normativa que
rige la sociedad; por ello se le denomina un bien público y derecho humano
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Arbitrado
1. Introducción