Cuando el caminante tiene la oportunidad
de aspirar -con todos los sentidos- la
intensidad del paisaje, comprende las
fracturas que dejan los macizos en el
horizonte, ese diálogo que tiene el viento
con las piedras. Así el ulular continuo
del aire le crea fisuras y, de tanto en
tanto, las montañas del Cajón del Maipo
bailan al compás de la tierra. El paisaje se
recompone, brotan nuevos manantiales
de los picos nevados y los arroyos son, a
veces, hermosas cascadas que rugen al
ritmo del agua.
Al verlo desde la perspectiva de un
horizonte que nos acerca, la campiña
rural de esta región de Chile tiene esa
gama de colores impresionantes: tonos
verdes, azules, morados, arcillosos que
nos hacen participar -con la mirada- de
una policromía que impone un ritmo de
ascenso a los montes. Con la alegría de
un viento frío -siempre presente- uno se
envuelve y de pronto uno se sientes parte
de la montaña: eres un fragmento mineral
en comunión con la vida.
SAPO CULTURA
Andrea Torselli
atorselliphotography
www.revistasapo.com
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