Entonces, subimos a la fiesta que se seguía
desarrollando en la terraza, busqué mi
objetivo, lo encontré y me abalancé. —Hola
diablita —le dije; ella sonríe bailando—,
tengo una propuesta que hacerte ¿te parece
si vamos los tres a mi habitación y nos
tomamos una botella de champaña?
—Pero anda con mi amiga —me respondió;
entonces, le dejé ver mis intenciones.
Finalmente, accedió y fuimos los tres a mi
pieza. Para mí, ésto era como ganar la copa
del mundo, solo tenía que meter el gol ¡y ya!
Llegamos a mi habitación, abrimos la botella
y comenzamos a tomar; después, les propuse
fumar algo de marihuana, pero las chicas
me contaron que nunca la habían probado:
—Bueno, será esta la ocasión, ¿no andan en
busca de aventuras? —les dije. Ahí cometí el
error más grande que podía haber realizado,
"en qué estaba pensando‽ ¡Cómo arruiné
la final de la copa del mundo, si ya la tenía
en la mano! Claro, habían tomado y nunca
fumado, entonces la combinación mandó la
diablita directamente a las cuerdas: se nos
desvaneció, le dio la pálida, se le apagó la
tele, ¡se fue a negro! ¡No lo podía creer! Tenía
el arco solo y a mi disposición ¡y terminé
haciendo una jugada de más! Finalmente, me
quedé solo y sin la tercera batalla que tanto
añoraba; sacando conclusiones, entendí que
Dios no me podía dar tanto, por lo que acepté
el triste final, que de triste no tenía nada.
El crucero inesperado lleno de historias
inesperadas me deja una enseñanza: no hay
que esperar nada y vivirlo todo.
Por: Rodrigo Escaff.
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