Al momento siguiente ya estábamos en la
pista de baile, en medio de todo el mundo,
donde lo único que interrumpía mi momento
de placer abrazos a la brazuca, era Fangulo
que llegaba saltando cada diez minutos y
me gritaba “¡estoy feliz, estoy feliz!”. Pasamos
toda la noche abrazados, sintiendonos
cuerpo con cuerpo y disfrutando la música.
Estaba exquisito, supongo que el MDMA
hacía su trabajo.
Estaba todo el mundo eufórico, pasándolo
increíble, hasta que en un momento las luces
se encendieron y se acabó la fiesta. ¡Yo no lo
podía creer! Era como si me hubieran robado
el alma: “¿por qué me hacen esto a mi?
¡¡¡Apaguen las luces y vuelvan a encender la
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música!!!”
De repente veo el reloj y eran las nueve de la
mañana. Al salir, el sol nuevamente brillaba
sobre nuestras cabezas. Nadie hablaba,
parecía un funeral, y claro, se había muerto
el carrete. Nos comenzamos a encontrar
unos con otros, las caras de cada uno
eran un desastre, las chicas con la pintura
corrida, nosotros con la camisa destrozada y
nuestros ojos parecían como los de un amigo
de intercambio chino.
Miré al mar, recordé donde estaba y suspiré
aceptando que comenzaba otro día. Sostenía
la sonrisa seguro de que algo nuevo pasaría.
Por: Rodrigo Escaff.
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