Sergio Ortiz
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La tontería de pensar
que se ha ganado Por Sergio Ortiz
Ilustrado por Fede Avila Corsini
Capítulo I
La tontería de pensar que se ha ganado, que se ha
colonizado el cuerpo desnudo solo porque una
mano se desliza suavemente; el hombro primero y
luego la cintura, finísima y lechosa. Hasta que la
delicada curva del muslo se interpone en el
camino de la mano no tan delicada que pasa por
ese terreno que no es el de siempre, el moreno y
dulce y de sudor frío, tan conocido ya. La mano
sigue el curso predestinado y el cuerpo dormido
se deja llevar por la cadencia de los dedos. Todo
es suavidad y calma. Eso también es nuevo, no lo
había sentido antes, ¡oh deliciosa certidumbre de
lo prohibido! La luz de la calle se filtra por la
delgada división de las cortinas y una luz amarilla
separa el cuerpo de la amada. Ella se recuesta
sobre su parte izquierda; ignora, quizá, que una
mano tibia recorre en este momento sus muslos y
se acomoda para durar, busca un hueco que antes
fue todo sudor y zona erógena.
Las palabras juegan a estas horas, se arriman y se
alejan. Hasta que en un momento determinado se
articulan para formar el verso de un escritor
memorable:
¡Oh irrestañable primavera, promesa de lo que
ya fue!
Cuánta razón tenía, si besarte implicaba ser
testigo de la extinción de un momento. Quizá lo
penoso no sea construir un álbum con todos esos
pasados que se suceden, lo terriblemente cruel es
escribir, comer, dormir, estar con vos, consciente,
completamente consciente del pasado que me
acecha. Esto lo escribo pero jamás te lo diría; tu
respuesta sería reírte tontamente y besarme la
frente. Sin embargo hay una manera de reír y
besar que representa el genuino entendimiento.
-A veces pienso que mutás literariamente.
-Ah, ¿y cómo es eso?
-Con algunos de tus amigos hablan sobre
literatura y son tan parecidos al grupo de amigos
que propone Cortázar en casi todas sus tramas.
-El Club de la Serpiente.
-Sí, ese. Bueno, como te decía, así sos con un
determinado grupo de amigos.
-Lógico.
-Después pasás a ser un personaje de Roberto
Arlt, un tipo de Silvio Astier.
-Mmm, no lo había pensado de esa manera. ¿Y
por qué Silvio?
-El rozarte con gente con la que no te sentís
cómodo y aun así hablarles y hasta entablar
amistad.
-Qué diagnóstico, me recordás a una profesora
del terciario; me declaró esquizofrénico porque a
mi compañero lo tapaba una pared, la vieja pensó
que hablaba solo.
-Esperá que se viene lo mejor; por último te
transformás en un personaje de Di Benedetto, el
de El silenciero.
-Me gustaría parecerme un poco a ese muchacho,
el único consciente en un mundo de locos.