Revista Redes de Metal. (Número 1).pdf May. 2014 | Page 15
La puesta en escena de Ovinton J’Anthony (imagino que muchos ya comprenden la razón de las siglas OJ) para dar el siguiente paso estaba repleta de contrastes, con la persistente
pregunta de si de verdad su talento y desdén podrían conjugarse para alcanzar el equilibrio.
Finalmente, acabaría cambiando el sol de California por el
‘Rockabilly’ de Memphis. Elegido en tercera posición por los
Grizzlies (en un traspaso con Kevin Love de por medio), llegaba
una vez más como el abanderado para inducir el cambio en
una franquicia sumida en una reconstrucción que amenazaba
con irse a la deriva. En medio del despropósito continuado, OJ
aprovechó para brillar aunque fuera en lo individual, aprovechando la carta blanca y la libertad de acción para desafiar a
los gigantes y dar un golpe sobre la mesa pero con la sombra
del individualismo siempre acechando. Un tal Derrick Rose se
llevaría el ROY, pero Mayo había subido el primer escalón con
nota. Al año siguiente, más de lo mismo, porque aun asumiendo galones a la sombra de un Rudy Gay monopolista, la mejoría en aspectos generales brilló por su ausencia, pero sin atisbo de duda en la apuesta realizada por un jugador que amagaba con alcanzar el estrellato en cualquier instante.
Sin embargo, la temporada 2010/11 supondría un punto de
inflexión. En un par de meses entraría en una espiral de sucesos negativos fuera de las canchas que acabarían por marcar
un antes y un después en su carrera. Llegar tarde a una sesión
de tiro, una trifulca con Tony Allen por tema de apuestas, un
positivo por esteroides…su trayectoria había dado un vuelco
con lo extradeportivo nuevamente como irrefutable protagonista. Un bajón que después de una campaña para olvidar se
acentuaría aún más si cabe, donde sería relegado al rol de
‘sexto hombre’ para su detrimento.
Los de Tennesse habían encauzado un nuevo rumbo. Se había
recuperado la senda de la victoria, pero con su consagración
en la élite de la Conferencia Oeste vino un cambio de filosofía
en el que Mayo no encajaba y donde sus virtudes se desaprovechaban. La progresiva caída comenzaba a ahondarse y era
tiempo de colgar el cartel de “fin de ciclo”. Era momento de
hacer las maletas.
Con aires de resurgimiento y renovación, Mark Cuban apostaba por la juventud y el talento como motor de la transformación, siendo OJ Mayo la principal pieza para conseguir que la
franquicia volviese por sus fueros. La experiencia en Dallas no
pudo comenzar mejor, porque en ausencia de Nowitzki, tomó
las riendas con una determinación en su mirada que reflejaba
ansias de redención. Una racionalización de rabia contenida se
desprendía de alguien que nos hacía recordar porque tuvo en
su día a todo un país encima. Con la gracilidad y ferocidad de
un puma, con su manejo de balón volviendo a prodigar magia
y con la letal precisión de un francotirador serbio su estatus de
estrella en ciernes volvía a levantar la cabeza con seguridad y
convicción.
Pero cual sueño de una noche de verano, la vuelta del alemán
propiciaría la metamorfosis de un Mayo que tras los primeros
brotes de esperanza se desvanecía poco a poco, siendo testigos de un fenómeno que rozaba lo paranormal cuando conforme el invierno se quedaba atrás el encantamiento se difuminaba hasta apagarse erigiéndose como la evidencia de un
equipo ahogado por las lesiones y la inconsistencia que les
dejaba sin Playoffs por primera vez en 11 años.
Las circunstancias precipitaban la salida de nuestro protagonista, que optando por ser agente libre, elegiría Milwaukee
como destino para relanzar su carrera en una franquicia en
horas bajas que al margen del jugoso contrato ($16M/2años)
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