terminó siendo el de las “naciones” y la
fuerza de las ideologías quedó sepultada
por la personalidad de los líderes que la en-
carnaban. Claro que vivía Fidel, un lide-
razgo por el cual el autoritarismo y la
violencia le daban al marxismo una justicia
social que justificaba la destrucción de la li-
bertad. El marxismo agonizaba después de
haber estado cerca de dominar el mundo.
Rusia y China retornaban a su vocación im-
perial con un capitalismo estatal y una liber-
tad limitada. La democracia seguía siendo
la propuesta superior de Occidente. La Re-
volución Industrial había permitido un
mundo productivo donde el trabajo inte-
graba socialmente y la dispersión de la ri-
queza permitía una movilidad social sin
marginados.
Ese fue el país que dejó el peronismo, ese
que luego destruirían entre la dictadura con
el endeudamiento y Menem con las privati-
zaciones. Dijeron que era para ahorrar y
privatizaron todos los servicios desde la
salud a la televisión, desde el agua a la
electricidad, desde los ferrocarriles a las au-
topistas. Así cambiaron la distribución de la
riqueza, y expulsaron a un tercio de los ciu-
dadanos, difícilmente detengan esta san-
gría.
Mientras las riquezas no tengan límites
tampoco los tendrá la miseria. Venezuela
es el ejemplo del populismo, ese sistema
no soporta la democracia, ya no puede ni
vencer en las elecciones. Claro que la pre-
gunta que molesta es siempre la misma:
¿tiene el pueblo capacidad de elegir? Y eso
va contra las eternas “vanguardias ilumina-
das”, gente culta y refinada que tiene claro
qué hacer con los gobiernos pero no logran
ser votadas.
Menem intentó un gobierno liberal y des-
truyó los restos del peronismo que ni la
misma dictadura se había animado a des-
montar. Néstor y Cristina fueron claves en
la privatización de YPF, empresa esencial
para la concepción de Nación que el mismo
peronismo había desarrollado. Nunca se
ocuparon de los Derechos Humanos
cuando era difícil hacerlo, los descubrieron
cuando llegaron al gobierno y los utilizaron
como escudo de sus ambiciones desmedi-
das. La izquierda había caído ya en el
mundo herida por su impotencia de autocrí-
tica por ese absurdo de no asumir errores
para “no hacerle el juego a la derecha”;
pero Néstor y Cristina, que nunca se inte-
resaron en el peronismo, ni siquiera en las
ideologías, entregaron espacios secunda-
rios del poder a viejos grupos de izquierda
a cambio de un apoyo sin derecho a crítica.
Y muchos se subieron a esa última oferta
de poder que les daba a sus sueños un
triunfo tardío.
Cristina y Macri fueron dos opciones de de-
recha, autoritaria la primera, democrática la
que hoy nos gobierna. La democracia deja
demasiados caídos por la ambición de los
ricos, la pregunta es si hay libertad donde
las riquezas están en pocas manos y un go-
bierno no se anima a limitar esos intereses.
El populismo es dañino y amenaza a dema-
siadas democracias. Las grandes empre-
sas son mucho más dañinas y los
gobiernos nacionales, populistas o no, son
el último límite a la desmesura de su ambi-
ción.
Al lado de esa amenaza, el populismo es
una consecuencia o una simple desviación.
La codicia de los poderosos es la verdadera
amenaza de la humanidad, desde la ecolo-
gía a la dignidad humana, y el populismo o
los excesos electorales de sus pueblos, al
lado de ellos, son simples reacciones ino-
centes de los condenados a la frustración
colectiva.
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