Revista Quincena Partido Justicialista | Page 6

S Julio Bárbaro es un intelectual peronista, ex secretario de cultura. iempre es bueno pregun- tar qué hay del otro lado; al popu- lismo lo enfrentan las empresas multinacio- nales, ellas se sien- ten limitadas por las naciones o por lo poco y nada que en al- gunos lugares de ellas queda. Perón era popular, los Kirchner fueron populistas y como en el arte, lo permanente se diferen- cia de lo pasajero, o el tiempo se ocupa de hacerlo. Hay un nivel de concentración económica que convierte a la democracia en una formalidad carente de sentido, donde los negocios le imponen al Estado limitaciones que están más allá del poder electoral. Los monopolios son hoy el ver- dadero enemigo de la democracia y de la libertad, hasta van disolviendo la misma identidad nacional. En otros tiempos a esa enfermedad se la llamaba “demagogia”. La idea era simple, el pueblo era bruto y las minorías cultas re- sultaban derrotadas por mayorías poco educadas a su vez engañadas –según pensadores de ese entonces– por quien les hacía promesas. Raro, como si ambos sectores inspiraran la misma confianza, como si la racionalidad fuera la única forma de relación. Perón era un demagogo –al menos según ellos– y autoritario. Enton- ces, lo derrocaron. Luego hicieron lo mismo con Arturo Illia y Arturo Frondizi, para instalar a Onganía, que no era si- quiera populista, de puro limitado no daba ni para eso. Perón creó un pensamiento y una realidad cultural que terminó siendo la más fuerte identidad colectiva. Forjó una pertenencia en base a darle protagonismo a la clase baja, a esa que las clases cultas soñaban 6 educar y que terminó imponiendo su ma- nera de ser a sus pretendidos docentes. Antes Yrigoyen había dado otro paso im- portante en el que la conciencia colectiva enfrentaba al amontonamiento de intere- ses con pretensiones morales. Cada vez que critican a Perón olvidan que su contra- figura fue esa dictadura que se concibió a sí misma como “la vanguardia de Occi- dente”. Esa supuesta oligarquía o clase elegante y culta es la que desemboca en la dictadura que arrasa con vidas e indus- trias, generando odios y deudas. Nosotros no éramos “ni yanquis ni marxis- tas” y en el sueño de ser nación no quería- mos caer debajo de ningún imperio. Y Perón fundaría el A-B-C, un intento de acuerdo con Brasil y Chile; nos hablaba del continentalismo, mientras en esos tiempos la izquierda iluminada soñaba sublevacio- nes proletarias y la derecha lúcida una guerra contra Brasil o Chile. Hubo errores –y muchos– propios de toda clase social que logra ocupar por la fuerza de los votos un lugar que le estaba ne- gado. Hace mucho me dijo un obrero: “des- pués de Perón nunca más volví a bajar la vista frente al patrón o al policía”. Y estaba Evita, que venía de abajo como ellos, con ese pasado de los pobres que carecen de origen y de historias prolijas. Perón asumió la Revolución Industrial, desde los sindica- tos a la fabricación de aviones, desde com- prar esos ferrocarriles que luego la traición destrozaría usurpando su nombre. El populismo existe, es la degradación de lo popular, pero lo popular está muy por en- cima de su decadencia. El carisma marcó el siglo pasado, desde Gandhi a Mandela, desde Mao a Ho Chi Ming, y Francia nece- sitó de la fuerza de De Gaulle como Ingla- terra de Churchill. El siglo de las “ internacionales”