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Julio Bárbaro es un intelectual peronista, ex secretario de cultura.
iempre
es
bueno pregun-
tar qué hay del
otro lado; al popu-
lismo lo enfrentan las
empresas multinacio-
nales, ellas se sien-
ten limitadas por las
naciones o por lo poco y nada que en al-
gunos lugares de ellas queda. Perón era
popular, los Kirchner fueron populistas y
como en el arte, lo permanente se diferen-
cia de lo pasajero, o el tiempo se ocupa de
hacerlo. Hay un nivel de concentración
económica que convierte a la democracia
en una formalidad carente de sentido,
donde los negocios le imponen al Estado
limitaciones que están más allá del poder
electoral. Los monopolios son hoy el ver-
dadero enemigo de la democracia y de la
libertad, hasta van disolviendo la misma
identidad nacional.
En otros tiempos a esa enfermedad se la
llamaba “demagogia”. La idea era simple,
el pueblo era bruto y las minorías cultas re-
sultaban derrotadas por mayorías poco
educadas a su vez engañadas –según
pensadores de ese entonces– por quien
les hacía promesas. Raro, como si ambos
sectores inspiraran la misma confianza,
como si la racionalidad fuera la única forma
de relación. Perón era un demagogo –al
menos según ellos– y autoritario. Enton-
ces, lo derrocaron. Luego hicieron lo
mismo con Arturo Illia y Arturo Frondizi,
para instalar a Onganía, que no era si-
quiera populista, de puro limitado no daba
ni para eso.
Perón creó un pensamiento y una realidad
cultural que terminó siendo la más fuerte
identidad colectiva. Forjó una pertenencia
en base a darle protagonismo a la clase
baja, a esa que las clases cultas soñaban
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educar y que terminó imponiendo su ma-
nera de ser a sus pretendidos docentes.
Antes Yrigoyen había dado otro paso im-
portante en el que la conciencia colectiva
enfrentaba al amontonamiento de intere-
ses con pretensiones morales. Cada vez
que critican a Perón olvidan que su contra-
figura fue esa dictadura que se concibió a
sí misma como “la vanguardia de Occi-
dente”. Esa supuesta oligarquía o clase
elegante y culta es la que desemboca en
la dictadura que arrasa con vidas e indus-
trias, generando odios y deudas.
Nosotros no éramos “ni yanquis ni marxis-
tas” y en el sueño de ser nación no quería-
mos caer debajo de ningún imperio. Y
Perón fundaría el A-B-C, un intento de
acuerdo con Brasil y Chile; nos hablaba del
continentalismo, mientras en esos tiempos
la izquierda iluminada soñaba sublevacio-
nes proletarias y la derecha lúcida una
guerra contra Brasil o Chile.
Hubo errores –y muchos– propios de toda
clase social que logra ocupar por la fuerza
de los votos un lugar que le estaba ne-
gado. Hace mucho me dijo un obrero: “des-
pués de Perón nunca más volví a bajar la
vista frente al patrón o al policía”. Y estaba
Evita, que venía de abajo como ellos, con
ese pasado de los pobres que carecen de
origen y de historias prolijas. Perón asumió
la Revolución Industrial, desde los sindica-
tos a la fabricación de aviones, desde com-
prar esos ferrocarriles que luego la traición
destrozaría usurpando su nombre.
El populismo existe, es la degradación de
lo popular, pero lo popular está muy por en-
cima de su decadencia. El carisma marcó
el siglo pasado, desde Gandhi a Mandela,
desde Mao a Ho Chi Ming, y Francia nece-
sitó de la fuerza de De Gaulle como Ingla-
terra de Churchill. El siglo de las “
internacionales”