Revista Posada Almayer 5 Almayer 5 | Page 6

Almayer 5 Carta a nuestra compañera combativa/ Sofía Alvarado Querida y admirada Maestra, Hace apenas un año escribía en la Presentación del número cuatro de Posada Almayer sobre este grupo un tanto raro que fue formándose como un hogar para tanto descentrado y parafrasee a Altazor, escribí, si alguno de nosotros faltara, esta Posada perdería equilibrio, qué sería del universo. Tal vez usted no leyó este número por la enfermedad y su “retiro” de las letras, pero cuánta razón tenía cuando escribí eso. El día que me avisaron sobre su muerte, Maestra Obdulia, estaba canturreando; era fin de semana y también vacaciones, estaba en casa y veía desde mi colchón el cielo. Fue, como toda noticia sobre la muerte, una sorpresa, un desequilibrio, un dolor en quién sabe dónde, porque, cómo explicar la cercanía y el aprecio por usted, si sólo convivimos unos cuantos meses en aquel Diplomado que, quién sabe por qué razón, había caído en Zihuatanejo como un error afortunado. En aquel año de alguno de los dosmiles, hay años que se me confunden, ya no sé si pasaron cinco o cuatro o seis años, qué sé yo del tiempo que me pasa como burlándose, coincidimos unos cuantos despistados que, por alguna razón, mandamos solicitud para la Convocatoria y nos aceptaron. No sé si ahora sería lo mismo, creo que en estos momentos pocos de nosotros volveríamos, pero por alguna razón en esa época, lo hicimos. Así que cada quince días coincidimos en el Museo unas doce o quince personas extrañas que, además de todo, escribían o hacían como que escribían. Cuando la conocí, Maestra, he de confesarle que nunca había escuchado de usted, que, si nos habíamos topado en algún lugar, no lo recuerdo, pero eso no se debía a usted, sino a un encierro propio. Cuando la vi por vez primera me pareció una mujer débil y pequeña, con una voz quebradiza, pero cómo engañaba usted, cuando habló, cuando la escuché desde sí misma, no pude verla más que como una mujer enorme y fuerte. Yo sé que cuando uno se muere, siempre es bueno y grande, pero es que usted de verdad lo fue. Recuerdo lo que nos contaba en sus crónicas sobre Zihuatanejo y sus luchas sociales, y también recuerdo sus cuentos y su solidaridad con las causas culturales, feministas y ecológicas. Era como si usted hubiera venido a gritar las injusticias y a decirnos que la resistencia es eso que se hace desde cada trinchera, en un silencio combativo y firme. La última vez que nos vimos fue en su casa, ¿se acuerda?, usted se acercó a tomarse un café con nosotros y comenzó a hablarnos sobre su llegada a Zihuatanejo y nos habló sobre la Bahía que tanto amaba y que defendía, pesé a todo, y también nos recordó cuando le dijo al profesor Arredondo que leyera su cuento y le diera sugerencias, que para eso estábamos ahí, y que él, apenado, respondió que no había nada que corregirle. Esa última vez estábamos algunos, no todos, y recuerdo nuevamente su voz y su fuerza y cómo nos reímos después porque traía unas hormiguitas en el cabello y nadie se atrevía a quitárselas, hasta que llegó Arnoldo, con su desfachatez de niño, a hacerlo. Yo no sé qué tanto sirva hacer un homenaje post mortem, no sé qué tanto le gustaría a usted que estuvo siempre llena de vida, lo cierto es que todos aquí la queremos, la quisimos y la seguiremos queriendo como otra de nosotros, como otra descentrada que no calla lo injusto y lo doloso. Gracias por acompañar nuestra voz y nuestras palabras, por enseñarnos la resistencia. 2