Revista Posada Almayer 5 Almayer 5 | Page 23

Almayer 5 Destino/Obdulia Balderas Sánchez Llegamos a la terminal del autobús que nos trajo de Acapulco a Zihuatanejo. Es muy noche. La calle luce solitaria. Cero puestos cerrados y ni un alma. Me quedo parada junto a mis hijos y mi atado con libros y mi maleta con ropa. No sé qué hacer, ni a dónde dirigirme. Pregunto si aquí es Zihuatanejo y me contesta el chofer del autobús flecha roja: sí señora aquí es Zihuatanejo. Pasa un hombre con una carretilla y le pregunto: ¿señor, usted sabe dónde puedo quedarme a dormir con mis hijos? Y me dice: sí, yo la llevo. Ni tardo ni perezoso tomó mis pertenencias, las subió en la carretilla y nosotros lo seguimos. Caminaba muy de prisa. Dentro de la casa, un cuarto que tiene tres catres y dice: ahí puede dormir. Pago y se va. Mis hijos y yo nos acostamos sin cenar. Nos despertamos temprano y caminamos, estamos cerca del muelle y toda la angustia de la noche anterior desapareció. Ante nuestros ojos está la hermosa bahía de Zihuatanejo que nos da la bienvenida en el año de 1968. Recuerdos/ Despierto por las voces de mis hermanos mayores. Están despidiendo a mi papá; se va a trabajar. Me bajo de la cama y descalza corro hacia la puerta de salida. Doy un paso para bajar los tres escalones de la entrada. Son de madera. Mi pie se hunde en un hueco y en el fondo tengo la sensación de algo tibio. Doy un grito y mi padre, que ya se iba, se regresa. Me toma en sus brazos y me dice: ¿qué te pasó? ¿por qué gritas? Yo señalo el agujero y digo: ¡ahí! Mi padre me deja en el piso, mete la mano en el hueco y saca una bola de pelos con orejas que asustado corre, y saca otro y otro. No sé cuántos son. No sé contar. Mi padre me dice: míralos, son de la Nicolasa, están chiquitos. Yo los miro entre asombrada y asustada como ellos que corren buscando dónde esconderse. (Fotografía: Jesús Baldovinos Romero) 19