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último, hacia el final de la era vikinga, los griegos les llamaban varegos (varingjiar en
antiguo nórdico).
En la época de los vikingos, el sustantivo vikingo se aplicaba a la expedición. El que
participaba en ella era un vikingr. Hoy la palabra se emplea en un sentido más amplio.
Aplicándola tanto a los hombres como a la cultura de Escandinavia de aquel período.
Estos diversos nombres designan a los mismos hombres. Algunos venían de Noruega,
otros de Suecia o Dinamarca, pero todos eran de origen escandinavo, próximos entre sí
por su lengua, su religión y su carácter.
Los vikingos concedían una gran importancia a la igualdad y la libertad. El hecho de
que se considerasen todos iguales llamó la atención de los contemporáneos en todos los
países que invadieron. Y en efecto, no tenían príncipes, aunque sí jefes, cuya autoridad
aceptaban porque eran los más valerosos, los más experimentados y los más ricos de la
comunidad. Y las expediciones vikingas se organizaban a su alrededor.
Profundamente individualistas, los vikingos defendían su libertad por encima de todo.
Eran mucho más libres en sus comunidades que sus contemporáneos de Europa
occidental, integrados en estructuras feudales restrictivas. Poseían un espíritu
emprendedor y sentido de la organización y contaban más consigo mismos que con los
demás.
Animados por un espíritu de empresa asombroso, los vikingos eran a la vez navegantes,
guerreros, agricultores y mercaderes. Sobresalían en todas estas actividades y pasaban
de una a otra según las circunstancias con maestría.
Los vikingos eran supersticiosos. Para conjurar a los malos espíritus cuando salían a alta
mar, fijaban en la proa de sus navíos una cabeza de dragón o de serpiente. Una de las
primeras leyes promulgadas por el Althing islandés obligaba a los navegantes que
llegaban a la vista de la isla retirar las cabezas de animales que adornaban las proas de
sus navíos, con objeto de no indisponer a los buenos espíritus de la tierra.
El descubrimiento de los grandes espacios marinos y la necesidad de luchar sin tregua
contra los elementos para sobrevivir forjaron el carácter de los pueblos escandinavos y
contribuyeron a la aparición de esos hombres duros, belicosos, valientes y ávidos de
hazañas, a los cuales sus contemporáneos escandinavos dieron un día el nombre
genérico de vikingos.
Durante las expediciones se sentían más a gusto a bordo de sus barcos, que
consideraban como sus casas, que en tierra firme. El barco era el compañero fiel al que
volvían cada noche, al término de agotadoras jornadas. Con mucha frecuencia, le debían
el no perder la vida, tanto en los peligros del mar como en la adversidad de la lucha.
Aunque excelentes jinetes, preferían remontar los ríos a vela o a remo, mientras
tuviesen agua suficiente bajo la quilla. Navegantes hasta en la muerte, el barco se
convertía para algunos de ellos en pira funeraria y en él efectuaban el último viaje, que
les conducía al Walhalla.
En el combate daban pruebas a la vez de osadía y de prudencia. Demostraban un gran
realismo y no se obstinaban cuando la fortuna de las armas les daban la espalda.