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cuidadosa para verter el metal fundido en el gollete del molde, para asegurarse de que llenara todos los complejos contornos del modelo que se había impreso en la arcilla y para evitar que se formara cualquier burbuja de aire. Entonces se dejaba enfriar gradualmente el molde junto al hogar. Cuando el metal que estaba dentro se había enfriado y solidificado, el molde se quitaba del hogar y se rompía para que revelara su contenido. El broche o la placa recién vaciada se retocaba entonces, limando cualquier metal excedente y en esta etapa se podía añadir un adorno adicional. Si el objeto tenía que dorarse, también se hacía en ese momento. Los trozos rotos del molde simplemente se solían tirar al suelo alrededor del hogar. Se han encontrado miles de trozos desechados en excavaciones, que proporcionan indicios de cómo se hacían los moldes. Se estampaba un modelo, a menudo un broche verdadero o si no un prototipo especialmente fabricado, en una loseta o arcilla preparada, o se aplicaban delgadas capas de arcilla sobre su superficie, para hacer un patrón. Entonces se vertía cera líquida en el patrón, que se sacaba cuando estaba fría y rígida. Se podían hacer varias copias de cera idénticas a partir de un patrón. La parte superior del molde se hacía presionando arcilla alrededor de la copia de cera y calentándola. Según se iba derritiendo la cera, el dibujo que llevaba quedaba en la arcilla endurecida. En la cavidad hueca del molde se colocaba un trozo de tela de lana cubierto de cera y más arcilla presionada encima, para formar el fondo. Se calentaba todo una vez más y cuando la cera ya se había derretido, se separaban las dos mitades y se quitaba la tela. Entonces se volvían a juntar las dos partes del molde y se cubrían con una mezcla fina de arcilla y agua, para fijarlas juntas firmemente. Se colocaría el molde en el hogar, para calentarlo antes de verter el bronce fundido en la cavidad dejada por el tapón de tela. Eso evitaba que se resquebrajara con el calor del metal fundido. Con este método se podían hacer muchos artículos idénticos a partir de un solo patrón. Uno de los adornos de bronce más comunes era el broche ovalado y se han encontrado cientos de ellos en tumbas de mujeres de clase alta que datan de los siglos IX y X. Estos broches no se llevaban simplemente como adornos, sino que eran parte integrante de la indumentaria de una mujer de alta posición social y se llevaban uno en cada hombro para sujetar el vestido. Por lo tanto, se hacían al menos dos de cada tipo, pero se han encontrado tantos que tenían idénticos dibujos, que se puede suponer que se producían prácticamente en masa. No obstante, aunque un broncista particular pudo haber sido especialmente hábil en fabricar un tipo de objeto concreto, los hallazgos en los talleres de Ribe muestran que habría sido capaz de dedicarse a prácticamente cualquier cosa que requiriera el vaciado en bronce. Fabricación de Abalorios. Los abalorios de vidrio también se hacían por millares. La mayoría de las pruebas provienen de las ciudades o centros mercantiles de los siglos VIII y IX (Ribe, Ahus, Paviken y Kaupang) y los métodos empleados siempre eran idénticos. El vidrio de los vasos que al principio se importaban de Renania, proporcionaban la materia prima (culero) a partir de la cual se hacían los abalorios y pequeños cubos de vidrio de colores vivos, a veces cubiertos con pan de oro, se añadían para lograr distintos tonos y matices. Estos cubos de vidrio o tesserae, estaban probablemente hechos en el norte de Italia, para ser usados en los mosaicos religiosos. Proporcionan una prueba gráfica de las distancias que se recorrían transportando mercancías en aquella época. También se importaban toscos terrones de vidrio azul que se usaban en este oficio.