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bien le habían regalado o bien habían tirado. Ya que era esencial que su zapato fuera lo
suficientemente grande y consistente como para resistir los afilados dientes de Fenris, el
lobo, en el último día, era un asunto de práctica religiosa entre los zapateros nórdicos el
regalar tantos restos y sobras de cuero como les fuera posible.
La Profecía de las Nornas.
Cuando Vidar se unió a los suyos en Valhalla, éstos le dieron una gran bienvenida, pues
sabían que su fuerza les sería de gran ayuda cuando la necesitaran. Tras agasajarle con
hidromiel dorada, Allfather le pidió que le siguiera hasta el manantial Urdar, donde las
Nornas se encontraban como siempre ocupadas tejiendo su tela de destinos. Preguntadas
por Odín acerca de su futuro y el destino de Vidar, las tres hermanas respondieron
proféticamente. Cada una de ellas pronunció una frase.
"Comenzado un día."
"Posteriormente tejido."
"Un día terminado."
A esto añadieron: "Con gozo una vez más ganado". Estas misteriosas respuestas
hubieran permanecido completamente ininteligibles si no hubieran explicado que el
tiempo progresa, que todo debe cambiar, que incluso, si el padre caía en la última
batalla, su hijo Vidar sería su vengador y viviría para gobernar sobre un mundo
regenerado, tras derrotar a todos sus enemigos.
Mientas las nornas hablaban, las hojas del árbol del mundo revolotearon como si fueran
mecidas por una brisa, el águila en su rama más alta agitó las alas y la serpiente Nidhug
interrumpió por un instante su trabajo de destrucción en las raíces del árbol. Grid,
uniéndose al padre y al hijo, se alegro con Odín cuando oyó que su hijo estaba destinado
a sobrevivir a los dioses ancianos y a gobernar sobre los nuevos cielos y tierra.
Vidar, sin embargo, no pronunció palabra alguna, emprendiendo lentamente el camino
de vuelta a su palacio, Landvidi, en el corazón del bosque primitivo y allí, sentado sobre
su trono, meditó durante largo tiempo acerca de la eternidad, el futuro y la infinidad. Si
él desentrañó sus secretos, nunca los reveló, pues los antiguos afirmaban que él era tan
silencioso como un tumba, un silencio que indicaba que ningún hombre conoce lo que
le espera en la vida venidera.
Vidar no era sólo la personificación de la inmortalidad de la naturaleza, sino que
también era un símbolo de la resurrección y la renovación, exhibiendo la verdad eterna
de que nuevos capullos y flores brotarán para sustituir aquellos que han caído en el
decaimiento.
El zapato que calzaba sería su defensa contra el lobo Fenris, el cual, tras destruir a Odín,
dirigiría su cólera contra él y abriría sus fauces de par en par para devorarlo. Pero los
nórdicos ancianos declaraban que Vidar introduciría su pie protegido en la mandíbula
baja del monstruo y, apretando contra la superior, lucharía con él hasta que le hubiera
partido en dos.