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sobre la que se encontraban y pronunciaron una solemne maldición sobre cualquiera que
osara profanar su santidad con luchas o derramamiento de sangre. En consecuencia, esta
isla, conocida como tierra de Forseti o Heligoland (tierra sagrada), fue muy respetada
por las naciones nórdicas e incluso los vikingos más audaces evitaron hacer incursiones
en sus costas, por tener temor a que pudieran sufrir un naufragio o encontrarse con una
muerte vergonzosa en castigo por su crimen.
Con frecuencia se celebran solemnes asambleas jurídicas en esta isla sagrada y los
juristas siempre recogían agua y la bebían en secreto, en memoria de la visita de Forseti.
Las aguas de este manantial eran, además, consideradas tan sagradas que todos los que
bebían de él eran considerados santos, e incluso se prohibía matar al ganado que había
bebido allí. Ya que se decía que Forseti celebraba sus sesiones jurídicas en primavera,
verano y otoño, pero nunca en invierno, se hizo costumbre entre las naciones del Norte,
administrar la justicia durante estas estaciones, declarando la gente que era sólo cuando
la luz brillaba claramente en los cielos, cuando lo justo se hacía evidente ante todos, y
que resultaba imposible el presentar un veredicto equitativo durante la oscura estación
de invierno. Forseti es raramente mencionado, excepto en conexión a Balder.
Aparentemente, él no participaría en la batalla final en la que los otros dioses jugarían
papeles tan importantes.
·Heimdall,
Heimdall, el
e l Vigilante de los Dioses.
En el transcurso de un paseo en la orilla del mar, Odín vio una vez a nueve bellas
gigantas, las doncellas de las olas, Gialp, Greip, Egia, Augeia, Ulfrun, Aurgiafa, Sindur,
Atla e Iarnsaxa, profundamente dormidas en las blancas arenas. El dios del cielo quedó
tan prendado de las hermosas criaturas que, como relatan los Eddas, se desposó con las
nueve y se combinaron, en el mismo momento, para traer al mundo un hijo que recibió
el nombre de Heimdall.
Las nueve madres procedieron a alimentar a su bebé con la fuerza de la tierra, la
humedad del amor y el calor del Sol, una dieta que demostró ser tan fortalecedora que el
nuevo dios adquirió un crecimiento completo en un espacio de tiempo increíblemente
corto y corrió a unirse a su padre en Asgard. Encontró a los dioses observando con
orgullo el arco iris del puente Bifröst, el cual acababan de construir con fuego, aire y
agua, los tres materiales que aún pueden verse en este extenso arco, donde brillan los
tres colores principales significativos de estos elementos: el rojo representando al fuego,
el azul al aire y el verde a las frescas profundidades del mar.
El Guardián del Arco Iris.
Este puente unía el cielo con la tierra y terminaba bajo la sombra del poderoso árbol
Yggdrasil, cerca del cual se encontraba el manantial que Mimir velaba, y el único
inconveniente que evitaba el pleno disfrute del glorioso espectáculo era el temor a que
los gigantes de hielo llegaran a usarlo para lograr acceder a Asgard.
Los dioses habían estado deliberando sobre la conveniencia de asignar un guardián
fidedigno y vitorearon al nuevo recluta como alguien apropiado para cumplir con las
onerosas obligaciones de su cargo.