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El Vindland de las Sagas. Bjarni relató su aventura a los colonos groenlandeses y también a Erik Hakonarsson, rey de Noruega, con ocasión de un viaje a ese país. Allí le reprocharon la falta de curiosidad de que había dado muestras. A su regreso a Groenlandia, hacia el año 1000, recibió la visita de Leif Eriksson, uno de los hijos de Erik el Rojo, que deseaba explorar esas nuevas tierras. Leif le compró el barco y enroló una tripulación de treinta y cinco hombres, algunos de los cuales ya habían navegado con Bjarni. Después fue a ver a su padre para pedirle que se pusiera a la cabeza de la expedición, pero Erik rechazó la propuesta alegando que ya no tenía edad para ello. Entonces Leif embarcó, puso rumbo al norte y empezó a seguir la costa de Groenlandia. Luego descendió hacia el sur, aprovechando la corriente favorable. Dio el nombre de Helluland (tierra de las rocas planas) a la primera tierra que abordó, que tal vez fuese la Tierra de Baffin en su parte meridional. Como Bjarni unos años antes, consideró que carecía de interés. Grandes glaciares recubrían el interior y la zona costera, profundamente marcada por la erosión glaciar, era estéril. La segunda tierra a la que llegó, llana y arbolada, con riberas arenosas, hace pensar en el Labrador. La bautizó con el nombre de Markland (tierra de los bosques). Dos días más tarde, empujado por un viento del noroeste, Leif avistó tierra por tercera vez. Hacía buen tiempo cuando los vikingos desembarcaron y la hierba, que crecía en abundancia, estaba recubierta de rocío. Se la llevaron a los labios, encontrándole un sabor más dulce que todo lo que habían conocido hasta aquel día. Un estrecho separaba la isla de un promontorio. Penetraron en él y, mientras rodeaban el promontorio, su navío embarrancó en un banco de arena a causa de la baja marea. Estaban tan impacientes por explorar aquella tierra que no esperaron a estar de nuevo a flote. Se precipitaron hacia ella y llegaron a un lugar donde un río desembocaba en un lago. Cuando su barco flotó de nuevo, remontaron el río a remo, lanzaron el ancla en medio del lago y decidieron pasar allí el invierno. Paradójicamente, estos hombres que en Groenlandia padecían la falta de madera, aquí se veían rodeados de árboles, con los cuales pudieron construir cabañas y calentarse. Los salmones pululaban en el lago y el río. Nunca los habían visto tan grandes. Durante el invierno, comprobaron que no había heladas, que la hierba casi no se secaba y que no sería necesario hacer provisión de forraje para que el ganado pasase los meses invernales. Transcurrido el invierno, decidieron explorar el país. Tuvieron la sorpresa de descubrir que se hallaban en una tierra bendecida por los dioses, donde la vid silvestre crecía en abundancia. Dieron a este lugar el nombre de Vinland (tierra de las uvas). Es fácil imaginar el interés que despertó el relato de Leif a su regreso a Brattahlid, la granja de Erik el Rojo. Cuando sus allegados supieron que, a unos días de navegación desde Groenlandia, existía una tierra de clima suave y suelo fértil, también quisieron dirigirse allí.