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No me dieron pan, ni a beber del cuerno;
miraba hacia abajo;
levanté las runas, las subí bramando,
di de nuevo en la tierra.
Cuando dominó completamente su conocimiento, talló runas mágicas sobre su lanza
Gungnir, sobre la dentadura de su caballo Sleipnir, sobre las garras del oso y sobre otras
incontables cosas animadas e inanimadas. Y ya que había permanecido suspendido
sobre el abismo durante tanto tiempo, se le consideró entonces como la divinidad de los
que eran condenados a ser colgados.
La Cacería Salvaje.
Odín, como dios del viento, era representado también cabalgando velozmente a través
del aire, sobre su corcel de ocho patas, lo cual originó el más antiguo de los acertijos del
Norte ("¿Quiénes son los que cabalgan hacia la Cosa? Tres ojos tienen entre los dos,
diez pies y una cola: así viajan por las tierras"). Y ya que se suponía que las almas de
los muertos eran arrastradas por las alas de la tormenta, Odín era venerado como el líder
de todos los espíritus incorpóreos. En esta condición, se le conocía generalmente como
el Cazador Salvaje y cuando la gente oía el rugido del viento se echaba a gritar
ruidosamente en su temor supersticioso, creyendo que le habían visto y oído pasar
seguido de su séquito, cabalgando todos ellos sobre corceles jadeantes y acompañados
de sabuesos que ladraban. Y el paso de la Cacería Salvaje, conocida también como la
Cacería de Woden, la Multitud Furiosa, los Sabuesos de Gabriel (por un rey sueco) o
Asgardreia, era considerado un presagio de tantos infortunios como la pestilencia de la
guerra.
Se pensaba que si alguien era lo suficientemente sacrílego como para unirse al griterío
salvaje con burla, sería arrebatado y arrastrado junto con la desvaneciente multitud,
mientras que aquellos que se unían al griterío con implícita buena fe, serían
recompensados con el regalo inmediato de una pata de caballo que sería arrojada hasta
ellos desde arriba, la cual, si era guardada cuidadosamente hasta el amanecer, sería
transformada en un lingote de oro.
Incluso después de la llegada del cristianismo, el folclore nórdico aún temía la llegada
de una tormenta, declarando que era la Cacería Salvaje quien surcaba a través de los
cielos.
El objetivo de esta cacería espectral variaba con frecuencia y era o bien un jabalí
visionario o bien un caballo salvaje, doncellas de pecho blanco o las ninfas de la
madera, llamadas Doncellas del Musgo, que se creía que representaban las hojas en
otoño que se caían de los árboles y eran llevadas con el ventarrón invernal.
En la Edad Media, cuando el culto a las viejas deidades paganas había sido olvidado
parcialmente, el líder de la Cacería Salvaje ya no era Odín, sino Carlomagno, Federico
Barbarroja, el rey Arturo o alguien como el señor de Rodenstein o Hans von Hakelberg,
los cuales, en castigo por sus pecados, eran condenados a cazar por siempre en los
reinos aéreos.