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Surtr y haberse hecho justicia, el bien se alzaría de las ruinas para recuperar su dominio
sobre la Tierra y que algunos de los dioses regresarían para vivir en los cielos para
siempre.
Nuestros antepasados creían totalmente en la regeneración y sostenían que, tras cierto
espacio de tiempo, la tierra, depurada por el fuego y purificada por su inmersión en el
mar, emergió de nuevo en toda su prístina belleza y fue iluminada por el Sol, cuyo carro
era conducido por un hijo de éste, nacido antes de que el lobo hubiera devorado a su
madre. La nueva orbe del día no tenía imperfecciones como el primer Sol y sus rayos ya
no eran tan ardientes como para tener que situar un escudo entre él y la tierra. Estos
rayos más beneficiosos, pronto causaron que la tierra renovara su manto verde y
crecieran flores y frutas en abundancia. Dos seres humanos, una mujer, Lif, y un
hombre, Lifthrasir, emergieron entonces de las profundidades del bosque de Hodmimir
("de Mimir"), donde habían huido para refugiarse cuando Surtr había puesto el mundo
en llamas. Habían caído en un tranquilo sueño, inconscientes de la destrucción a su
alrededor y habían permanecido allí, alimentados por el rocío de la mañana, hasta que
era seguro para ellos el volver a salir, cuando tomaron posesión de la tierra regenerada,
que sus descendientes poblarían y sobre la cual tendrían un dominio completo.
Un Nuevo Cielo.
Todos los dioses que representaban las fuerzas en desarrollo de la Naturaleza fueron
asesinados en las fatales llanuras de Vigrid, pero Vali y Vidar, los tipos de fuerzas
imperecederas de la Naturaleza, regresaron a las tierras de Ida, donde se les unieron
Modi y Magni, los hijos de Thor, las personificaciones de la fuerza y la energía, que
rescataron el martillo sagrado de su padre de la destrucción general y lo llevaron hasta
allí con ellos.
Allí se reunió con ellos Hoenir, que ya no era un exiliado entre los vanes, quienes, como
las fuerzas en desarrollo, habían desaparecido para siempre y desde el oscuro
inframundo donde había languidecido durante tanto tiempo se alzó el radiante Balder,
junto a su hermano Hodur, con quien estaba reconciliado y con el que viviría en perfecta
amistad y paz.
El pasado se había ido para siempre y las deidades supervivientes podían recordarlo sin
amargura. El recuerdo de sus antiguos compañeros era, sin embargo, querido para ellos,
y muy a menudo regresaron a sus sitios favoritos para permanecer junto a los recuerdos
felices. Fue así como, caminando un día sobre el largo césped de Idavold, encontraron
de nuevo los discos de oro con los que los Ases habían acostumbrado a jugar.
Cuando el pequeño grupo de dioses se volvió tristemente hacia el lugar donde se habían
alzado una vez sus moradas señoriales, se dieron cuenta, para su grata sorpresa, que
Gimli, la morada celestial más elevada, no había sido consumida, pues se erigía
resplandeciente ante ellos, con su techo dorado brillando más que Sol. Corriendo hasta
allí descubrieron, para su regocijo, que se había convertido en el lugar de refugio de
todos los virtuosos.
El Demasiado Poderoso para ser Nombrado.