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celestial, la bebida de los dioses, sino también para los venados Dain, Dvalin, Duneyr y
Durathor, de cuyas cornamentas caía el rocío de miel hacia la Tierra, suministrando con
agua todos los ríos del mundo.
En la hirviente caldera Hvergelmir, cercana al gran árbol, un horrible dragón llamado
Nidhung mordisqueaba continuamente las raíces y era asistido en su tarea de
destrucción por innumerables gusanos, cuyo objetivo era acabar con la vida del árbol,
conscientes de que su caída sería la señal de la perdición de los dioses.
Correteando continuamente arriba y abajo por las ramas y el tronco del árbol, la ardilla
Ratatosk (el portador de la rama), el típico entremetido y chismoso, empleaba su tiempo
en repetirle al dragón los comentarios del águila y viceversa, con la intención de
sembrar la cizaña entre ambos, situados a cada extremo del fresno sagrado.
El Puente Bifröst.
Era, por supuesto, esencial que el árbol Ygdrassil se mantuviera en perfectas
condiciones de salud, una labor que realizaban las Nornas o Destinos, que lo rociaban
diariamente con las aguas sagradas del manantial Urdar. Esta agua, al deslizarse hasta la
tierra a través de las ramas y las hojas, suministraba con miel a las abejas.
Desde ambos límites de Niflheim, arqueándose muy por encima de Midgard, se alzaba
el puente sagrado, Bifröst (Asatru, el aro iris), hecho de fuego, agua y aire, cuyos
palpitantes y cambiantes matices retenía y sobre el cual viajaban los dioses de un lado a
otro de la Tierra o hasta el manantial Urdar, al pie del fresno Ygdrassil, donde se
reunían diariamente en asamblea.
De entre todos los dioses, Thor, el dios del trueno, era el único que nunca pisaba sobre
el puente, por miedo a que sus pesados pasos o el calor de sus relámpagos lo destruyera.
El dios Heimdall guardaba custodia y vigilancia allí día y noche. Estaba pertrechado con
una espada mordaz y portaba una trompeta de nombre Gjallarhorn, con la cual solía
soplar generalmente una nota suave para anunciar la venida o la ida de los demás dioses,
pero la cual serviría además, para hacer sonar un terrible estruendo cuando Ragnarok, el
gigante de hielo y Surtr, llegaran con intención de destruir el mundo.
Los Vanes.
Aunque los habitantes originales del cielo eran los Ases, ellos no eran las únicas
divinidades que las razas nórdicas veneraban, pues también reconocían el poder de los
dioses del mar y del viento, los Vanes, que vivían en Vanaheim y gobernaban sus
dominios a su deseo. En tiempos pasados, antes de que los palacios dorados de Asgard
hubiesen sido construidos, hubo una disputa entre los Ases y los Vanes y llegaron a
recurrir a las armas, usando rocas, montañas e icebergs como proyectiles en la reyerta.
Sin embargo, descubriendo pronto que en la unidad residía la fuerza, arreglaron sus
diferencias y acordaron la paz, y para ratificar el tratado intercambiaron prisioneros.