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(Börr) y el mortal (Bestla, la giganta), por lo que eran finitos y estaban condenados a perecer junto al mundo que habían creado. Mani también estaba acompañado de Hiuki, la Luna creciente, y Bil, la Luna menguante, dos niños que él había arrebatado de la Tierra, donde un cruel padre los había obligado a acarrear agua durante toda la noche. Nuestros antepasados creían ver a estos niños, con sus cubos perfilándose levemente sobre la Luna. Los dioses no sólo nombraron al Sol, la Luna, el Día y la Noche para señalar el transcurso del día, pues también asignaron al Atardecer, la Medianoche, la Mañana, el Amanecer, el Mediodía y la Tarde para que compartieran sus tareas, nombrando al Verano y al Invierno como los gobernadores de las estaciones, como dirigentes del paso de los años, hasta el ocaso de los dioses. Verano, desciende directamente de Svasud (el suave y el encantador). Heredó el carácter gentil de su señor y era amado por todos excepto por Invierno, su mortal enemigo e hijo de Vindsual, el cual era a su vez hijo del desagradable dios Vasud, personificación de los vientos helados. Los vientos fríos soplaban continuamente desde el Norte, enfriando toda la Tierra y los nórdicos creían que eran puestos en movimiento por el gran gigante Hresvelgr (el devorador de cadáveres), el cual, ataviado con plumas de águila, se sentaba al borde del extremo norte de los cielos y cuando levantaba sus brazos o alas, frías ráfagas se creaban y soplaban despiadadamente sobre la faz de la Tierra, destruyéndolo todo con su aliento helado. Enanos y Elfos. Mientras los dioses estaban ocupados creando la Tierra y proporcionándole iluminación, una horda de criaturas con aspecto de gusano habían estado reproduciéndose en la carne de Ymir. Estas desagradables criaturas terminaron atrayendo la atención divina. Convocándoles ante su presencia, los dioses les dieron primero forma y les dotaron de una inteligencia sobrehumana, tras lo cual los dividieron en dos grandes clases. Aquellos que eran de naturaleza oscura, traicionera y taimada, fueron desterrados a Svartalfheim, hogar de los enanos negros, el cual estaba situado bajo tierra, y de donde no se les permitía salir durante el día, bajo pena de ser transformados en piedra. Se les llamaba enanos, trolls, gnomos o kobolds, y empleaban toda su energía y tiempo en explorar los escondrijos secretos de la Tierra. Coleccionaban oro, plata y piedras preciosas, que guardaban en grietas secretas de donde podían sacarlas según su deseo. Al resto de estas pequeñas criaturas, incluyendo todos los que eran hermosos, benignos y provechosos, los dioses los llamaron hados y elfos, y fueron enviados para que moraran en el espacioso reino de Alfheim (hogar de los elfos de luz), situado entre el cielo y la tierra, de donde podían descender siempre que quisieran, para cuidar de las plantas y las flores, jugar con los pájaros y las mariposas, o bailar en la hierba a la luz de la Luna. Odín, que había sido el espíritu líder en todas estas empresas, ordenó a los dioses, sus descendientes, que le siguieran hasta la vasta llanura conocida como Idawold, que se encontraba muy por encima de la Tierra, al otro lado de la gran corriente Ifing, cuyas aguas nunca se helaban.