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realista, no practicaba la oración, la meditación ni la mística. Estaba persuadido de la existencia de un más allá al que debía tener acceso. Pero su religión se realizaba mediante actos: sacrificios, ofrendas, cuyo objetivo era reforzar el poder de lo divino para obtener de él los favores que esperaba. En eso consistía su fe. Se podría establecer una ecuación estricta entre creer y sacrificar. No se podría decir si, en su origen, la religión de los antiguos escandinavos parte del culto a los muertos o del de las grandes fuerzas naturales. A título de hipótesis, parece más acertado optar por la segunda de estas opciones, aunque en cualquier caso, las certezas no son admisibles. Es posible también que al antropomorfización y la individualización de las deidades escandinavas o germánicas antiguas se hayan producido bastante pronto. Se ve ya en los grabados rupestres de la Edad del Broce escandinava (1500-400 a. C.) un gigante con lanza, un hombrecillo-verraco y un personaje con hacha o martillo que muy bien podrían ser los arquetipos o prototipos, respectivamente, de Odín, Frey y Thor. Una representación cómoda de este panteón, cuya existencia probable ya en la época vikinga y sin duda mucho antes atestiguan las Eddas, entre otros documentos, consiste en partir de un principio psicológico o fenomenológico. Todo lo que podemos saber de esas mentalidades, incita a considerar que privilegiaban el orden, la organización, cierto tipo de fuerza no brutal, pero resueltamente aplicada a poner orden en el caos. Dinamismo o culto a la acción reemplazarían ventajosamente a la fuerza. Nada hay de estático, de paralizado, en este universo. Los dioses están perpetuamente en marcha, como Thor. No se encuentra tampoco un dios escondido, todo está claramente dicho y la magia busca mucho más la eficacia que la exploración de los arcanos. Si bien puede reinar un relativo fatalismo en algunas de estas criaturas divinas o semidivinas (los héroes especialmente), hay que hablar de fatalismo activo, caminando el héroe voluntariamente hacia un destino que conoce, no por resignación, sino porque sabe que ese destino es querido por las dises o las fuerzas de su sino. Por tanto, podría proponerse un principio de organización de tres variantes de ese complejo de ideas centradas en la noción de Fuerza útil: fuerza de la Ley, del derecho; fuerza del Verbo, de la ciencia bien poética bien mágica; y fuerza de la "producción", de la fertilidad o fecundidad. Esta especie de tripartición, que no se pretende autoritaria, tiene la particularidad de coincidir con la idea de "vikingo medio" que conocemos. El "bondi" es jurista y vive en una comunidad regida por leyes cuyos garantes lejanos son los grandes antepasados de su familia. Es una especie de aristócrata, pues es en sus filas donde se elige a los jefes y, ocasionalmente, a los reyes, y debe por lo tanto ser capaz de presidir las grandes operaciones del culto, entregarse a ritos mágicos o, en cualquier caso, patrocinarlos. Y por último, es granjero, pescador, cazador, artesano, atento a los valores materiales que permiten sobrevivir a su "casa". Acumula pues en su persona las tres valencias propuestas. Sería difícil hacer de él un partidario de un dios más que de otro, pues reúne en su persona la esencia misma del panteón, al que quizás reverenciaba. Esta religión tiende por completo a actos significativos, a un culto que podía ejercerse en los lugares elevados naturales, colinas, montones de piedras, bosques sagrados, fuentes, cascadas, praderas consagradas, etc. Pero no en templos propiamente dichos. Según el testimonio de principios del siglo XI del escalda Sigvat Thordason, con