Revista Los Nogales no. 7 - Octubre 2016 | Page 23

COLEGIO LOS NOGALES Los Miserables en unas vacaciones. No quería saber de más. Me leyeron y oí leer. Y recitar. Mi otra abuela se sabía muchos versos. Y tenía uno a mano siempre. Un verso oportuno. Ella se sabía a Lorca y Machado. También a poetas menores de la antología como Jorge Robledo Ortiz y Guillermo Valencia. A mí me fascinaba que ella dijera versos y que hiciera rimas. Y que tuviera libros de poesía entre sus otros libros. Yo, me encontré en mi casa una antología de Guillermo Valencia y me aprendí muchos de sus poemas. Así que mientras mis primos y mis hermanos se encerraban a jugar al médico yo me aprendía Leyendo a Silva, un poema dedicado a José Asunción. Me parecía maravilloso. Los primos me miraban raro. Tener la frente en llamas y los pies entre lodo, querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo. Desde los doce años otra biblioteca escolar me acogió. Todos los viernes de tres a cuatro de la tarde podíamos ir y escoger el libro que quisiéramos. Había una antología de cuentos japoneses con unas ilustraciones divinas. Los leí todos. Y de ahí pasé a los clásicos y a 23 García Márquez y al Siglo de Oro español y así. Y luego descubrí el placer de mirar las estanterías, sin buscar nada específico. Mirar qué había; sacar los libros y hojearlos. Había maravillas, como una enciclopedia de la que todavía recuerdo su lugar en la estantería. Y empecé a envidiar a la bibliotecaria, su vida tranquila entre todos esos libros. Ella también leía mientras uno estaba allí. Tenía su libro y tiempo para leerlo. Yo quería hacer lo mismo. ¿Por qué les cuento todo esto? Porque a pesar de los años que han pasado, de los avances de internet y, por lo tanto, de las formas de leer, de buscar y usar la información, la lectura y las bibliotecas siguen siendo los espacios acogedores que siempre han sido. Si no me creen, visiten un día la biblioteca de Primaria y vean cómo los niños de Prejardín también quieren leer, aunque no sepan cómo hacerlo, y que les lean en la biblioteca y en sus casas. Se fascinan. Se les olvida todo y solo viven en el momento de un cuento. O de una historia con rimas. Se establece un vínculo tan bonito entre el lector y su audiencia que es imposible pensar que algo así no siga sucediendo en una biblioteca. Lo mismo pasa con los