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LINAJE CULTURAL EDICIÓN N° 1 EL ÚLTIMO CARNAVAL PARA UN FORASTERO Por Darly Reyes L a emoción de un Barranquillero rumbero al sentir la proximidad de su carnaval es algo de admirar. Tal es la que siente un hombre enamorado al ver luego de mucho tiempo su amada que vive a la distancia. Sus ansias de verla, amarla y gozarla por el tiempo que dure a su lado hasta que vuelva a irse. Así puedo ejemplificar la relación del Currambero y su tan adorada fiesta. Las calles fueron invadidas por: Hindúes, Alemanes, Españoles, Suecos, Tailandeses, chinos, japoneses, estadounidenses y demás partes del mundo que tocaron a la puerta de oro y esta, abierta de par en par les dio una calurosa bienvenida a la ciudad. El objetivo de la reina Valeria Abuchaibe era devolverle a las famosas verbenas y además, hacer del par vial de la calle 50 la mayor pista de baile de la ciudad y afectivamente así sucedió, cuarenta mil personas fueron los bailadores de esta. La primera parada era en “El gran Fidel”, un pick up que dice ser el más grande del mundo, el mestizaje era sabroso; barranquilleras y extranjeros intentando bailar entre la multitud al son de música africana para bailar bien pegado, un reggaeton para acelerar los sentidos música ‘trojera adentrando más en la calle para los tradicionales y por último una gran tarima en dónde se presentaron en los distintos días, artistas para todos los gustos. Pal’ bailador fue este magno evento, retomando lo anteriormente dicho, en “El gran Fidel” los olores se unificaban, el hedor de los gringos que al parecer usaban la misma ropa desde hacía 3 días penetraba en mi nariz, de sus axilas emanaba un olor a siete gatos muertos y de su boca un aliento capaz de producir el vómito. Hasta que después de un tiempo me acostumbré. La maicena y la espuma fueron las reinas de este festín, amigo o no, por donde pasaras ibas a salir bañado en alguna de estas dos sustancias. Entre el océano de gente sobresalía un pequeño de algunos 12 años quién por sus facciones logré identificar que no era de la Arenosa. Me intrigaba su calvicie, su cabeza redonda y sus ojos grandes faltos de arbustos encima de ellos, su cuerpo hinchado y rojizo, aquel niño tenía brazos flacos y cubiertos con una camisa de mangas largas, sus piernas al igual que sus brazos, cubiertos con un jean oscuro que apenas y lograba ajustarlo. Cubierta su boca con un tapabocas, me llevó unos minutos deducir que está atravesando por quimioterapia. Él estaba en “La troja” desde una distancia prudente acompañado de los que al parecer eran sus padres, estos, con cara de gran preocupación y una alegría fingida, miraban el entorno como si en cualquier momento un león saldría de la multitud a devorarse a su pequeño hijo. No contuve la curiosidad y me acerqué poco a poco a la pequeña familia, no quería ser imprudente pero quería matar mis dudas e indagar qué hacía un niño tan aparentemente frágil en pleno carnaval. Luego de estar frente a frente con ellos pude detallar más al jovencito que tarareaba las canciones que sonaban en el lugar desde el puesto de comidas de la señora Angélica. De un salto les grité “¡Hola, ¿De dónde vienen?!” para romper el hielo y la tensión que allí primaba. Con gran asombro los dos adultos me dieron una pobre sonrisa respondiendo luego “Oh, hola venimos de España, él es nuestro hijo, se llama A…” El niño brincó bajando su tapabocas y con un grito interrumpió la conversación diciendo: “Hola, mucho gusto, yo soy Alex y venimos de Madrid para los Carnavales de Barranquilla. Siempre había querido venir”.