El error por Libros y Literatura
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Perdida en este laberinto asimétrico y tortuoso, la narración avanza a la deriva, sin rumbo: el lector no puede evitar preguntarse si Aira sabe a dónde va, si conoce el camino que lleva a la salida. Si es que existe una salida.
El mapa demencial que rápidamente se va trazando ante los ojos del lector, sin estructura visible, puede pasar por un garabato improvisado, pero conviene no equivocarse; el autor reconoce que escribe tratando de que “la improvisación corra por vías trazadas por la inteligencia”. Lo de César Aira es una improvisación planificada.
No seré yo quien busque el mensaje escondido, la simbología que oculta esta novela; es algo que no me gusta hacer y que el autor seguramente desaprobaría. Pero no puedo dejar de percibir bajo el desordenado oleaje de historias y personajes que van y vienen una corriente bien definida que habla sobre la realidad y la ficción. Las historias del El error son inverosímiles, pero ¿acaso es más cierto lo que por convención reconocemos como realista? ¿Dónde termina la realidad y dónde comienza el mito? El bandolero no se reconoce en la crónica popular de sus hazañas, pero termina asumiéndolas como propias. ¿Cuál de sus biografías es más cierta?
Pero habíamos quedado en no ponernos a descifrar claves ¿no? Lo que realmente importa aquí no son ni las historias en sí, ni su simbolismo –si es que lo tienen–, ni los personajes –planos, arquetípicos, de una pieza–, que aparecen porque no se puede escribir una novela sin personajes. Aquí lo que importa, lo que tiene valor, es la corriente que fluye de historia en historia, la continuidad de la narración. La energía, la fuerza creadora de César
Aira lo domina todo; lo demás es un simple armazón.
Al final, lo que va a encontrar el lector que traspasó el umbral que le advertía con la palabra “error” es una novela en constante movimiento; distinta, sorprendente y muy divertida –con un humor inteligente, cercano a la parodia–, en la que realidad y fantasía, lógica y azar se combinan en fórmulas descabelladas, más propias de un científico loco, o de un alquimista, que de un escritor “serio”.
César Aira ha afirmado alguna vez que si no hace promoción de sus libros es porque no sería capaz de hablar bien de ellos. Quizá, siguiendo su propia recomendación, quien busque una novela como Dios manda haría mejor en leer a Dickens o a Balzac. Ahora bien, si lo que buscan es un libro original, diferente y divertido, entonces sigan mi consejo y prueben con César Aira.