Tratamos de sostener nuestra posición en la Plaza, pero el ambiente
era una gran nube de gas, donde sólo se escuchaban gritos, estallidos
y de manera difusa apenas veía sombras multicolores moviéndose;
en medio de la algarabía sentí un intenso dolor que me tumbó al piso,
Paty me gritó “¡Marica te dieron!”, en efecto un cilindro de gas lacri-
mógeno me había impactado.
En medio de la trifulca, del humo y de los chorros de agua, mi com-
bo y yo empapadas, estábamos emputadas con los Robocop’s por
su agresión contra nosotros y el grueso de manifestantes, que pací-
ficamente reclamábamos transformaciones legítimas. Terminamos
el día contentas, felices y dichosas, nos embargó un éxtasis de haber
hecho lo correcto, algo sólo comparable con un orgasmo.
Golpeada, gaseada y literalmente muerta de cansancio, quedé feliz
por expresar mi indignación con un Gobierno elegido por muchos,
pero que apenas gobierna para Sarmiento y su cuadrilla. Cuando es-
taba lista para ducharme y dormir profundamente, el silencio de mi
casa lo interrumpió un tac, tac, tac, tac en la puerta.
El tac, tac, tac, tac fue creciendo como un efecto dominó que se ex-
tendió por toda el conjunto residencial, ese sonido metálico fue un
bálsamo revitalizador, el cansancio se me fue y aprisa saqué la pri-
mera Cacerola y cuchara que encontré, rápidamente me integré a la
multitud, durante 35 minutos prolongados el tac, tac, tac, tac, sonido
aturdidor que seguramente no llegó a los oídos sordos de un Gobierno
al que no le interesa el pueblo, pero tengo la plena certeza que sí se
instaló en la sangre de los colombianos asfixiados diariamente con
impuestos.
El Cacerolazo, fue espontáneo, surgió del descontento popular, fue un
sonido insoportable para quienes nunca estuvieron de acuerdo con
este Paro Nacional, el eco del metal reivindicó lo mejor de toda la
jornada, un sonido hermoso que al unísono dice “¡lucharemos en las
calles por un cambio social!”.
MEMORIA COLECTIVA
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