C
uando faltan 2 semanas para que el expresidente Uribe com-
parezca ante las Cortes para responder por sus deudas con
la justicia, crece el cúmulo de negaciones que hacen él y sus
seguidores.
La semana anterior en el debate público con el ex paramili-
tar Sierra, uno de sus antiguos subordinados, Uribe niega que se aso-
cio con él para delinquir.
Lo mismo hace Acevedo su designado para dirigir el Centro Nacional
de Memoria Histórica (CNMH), cuando dice que el anterior informe
¡Basta Ya! del CNMH es unilateral, porque fue elaborado por un “pe-
queño grupo de intelectuales que no representan el amplio espectro
de investigadores nacionales”.
Es una buena paradoja la que formula Acevedo al decir que él si va a
representar la memoria de los 8 millones de víctimas que deja hasta
ahora el conflicto interno, cuando su jefe político encabeza la lista de
los victimarios.
Sólo basta con imaginar cuáles temas de investigación histórica se-
leccionará Acevedo como Director del CNMH, decisión que es de su
exclusiva competencia.
Hasta aquí las negaciones son leves, porque se desprenden de un
tronco negacionista de suma gravedad, ya que Uribe sigue obsesio-
nado en sostener que en Colombia no existe conflicto interno, que las
guerrillas revolucionarias no existen, y que por tanto no es necesario
emprender un camino de solución política; con lo que el único cami-
no que le deja al país es el de la guerra perpetua de Trump.
La rama más letal del negacionisno es aquella que dice que los líde-
res sociales y opositores de la izquierda legal por ser “afines ideo-
lógicamente a la subversión”, también son un blanco legítimo de la
guerra contrainsurgente; asimilación con la que borra el Principio de
Distinción entre combatientes y no combatientes, sobre el que está
construido el Derecho Internacional Humanitario (DIH).
EDITORIAL
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