Revista Imago Agenda 206 "Las aplicaciones del amor" Imago Agenda 206 | Page 46
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Colaboración
Puching Ball al hombre
Escribe
María Marta Rodríguez
[email protected]
P
uching Ball o saco de box es un elemento imprescindi-
ble en los entrenamientos de multitud en deportes de
contacto como el boxeo y las artes marciales. Golpear al
saco puede conllevar peligro para las manos. Para evitar lesio-
nes en manos y muñecas es importante usar un vendaje apro-
piado así como las protecciones pertinentes. El saco de boxeo
permite practicar repetitivamente ciertos movimientos necesa-
rios para el entrenamiento. La práctica tiene por objetivo per-
feccionar el gesto, automatizarlo, fortalecerlo. En una prime-
ra fase se ensayan los gestos bajo la supervisión de un entre-
nador. Luego se repiten muchas veces hasta convertirlos en ac-
tos reflejos (automatización). En la fase de fortalecimiento, se
trata de endurecer –vía la repetición del golpe– los músculos
implicados para finalmente insensibilizar los huesos y piel de
las extremidades usadas en el saco. Contrariamente a lo que se
cree, el saco no debe estar lleno de arena sino de un material
blando como algodón, goma espuma; sólo en la base se colo-
ca una pequeña cantidad de arena para darle estabilidad. Esto
es así porque la fuerza del golpe está dada por la velocidad y
técnica del boxeador, no por el peso o dureza del saco; un saco
mal rellenado puede producir graves lesiones en las manos. 1
En el corazón de Palermo, un espacio de entrenamiento de box
es furor. Local vidriado, desde afuera se puede apreciar el éxito
del emprendimiento. Desde primera a última hora del día, se
entrenan mayoritariamente mujeres que se calzan los guantes y
le dan al saco. Algunas de estas al salir del local, tal vez envíen
un whatsapp a sus amigas con el emoticón del bracito muscu-
loso; imagen que se puso de moda a la luz de las luchas femi-
nistas. En la misma cuadra, otro local también tiene su cliente-
la asegurada: “todo sobre uñas”… adolescentes, mujeres, tra-
vestis concurren para luego lucir sus manos esmaltadas. El su-
permercado chino de la esquina, sigue vendiendo guantes de
goma que mayormente compran mujeres para lavar los platos
y en la feria americana del barrio se ofrecen “guantes de enca-
je” como los que lucía Madona, en el siglo pasado… Manos de
mujeres, tantas y tan diferentes como mujeres hay…
En los últimos tiempos han proliferado denuncias por acoso
sexual y violencia hacia la mujer. Aunque el motivo sea lamen-
table, bienvenidas sean dichas denuncias luego de tanto tiempo
de silenciamiento. Bienvenida que la denuncia se enuncie en los
ámbitos correspondientes de la justicia para que sea sancionado
cualquier tipo de avasallamiento sobre los derechos humanos.
En buena hora se abren canales para que se escuchen esas vo-
ces. Los movimientos de mujeres, las casas de refugio y aseso-
ramiento, han sido fundamentales para orientar sobre los cana-
les en donde realizar las denuncias, al mismo tiempo que para
brindar el amparo y acompañamiento necesario a las víctimas.
Espacios que los colectivos feministas han sabido propiciar y en
los que también participan junto a las mujeres, muchachos–que
son referentes barriales, estudiantes- comprometidos en cues-
tiones de género como tema atinente a los derechos humanos.
Lo que me interesa en esta oportunidad recortar, es una mo-
dalidad de denuncias que últimamente han realizado mucha-
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chas vía las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram) y al-
gunos efectos que sobre estas denuncias, escuché en la clínica.
Las denunciantes suelen ser adolescentes que se pronuncian pú-
blicamente con acusaciones hacia algún joven que otrora fue-
se su novio. En ocasiones, los familiares y allegados se enteran
por esta vía de lo sucedido o por los ecos que trajo aparejado
el posteo. En esta modalidad de denuncia se describen detalles
muy íntimos de los sucesos en donde no sólo se deja escracha-
do al acusado sino que queda muy expuesta la muchacha que
postea. Se hace pública la denuncia y se la comparte con un
público tan amplio como desconocido, como sucede en los pro-
gramas mediáticos de chimentos sobre “estrellas estrelladas”.
Con la pantalla del celular, se configura un espectáculo de la
intimidad como diría la socióloga Paula Sibilia en La intimidad
como espectáculo 2 . Detalles innecesarios que vuelven obsceno el
post, donde inmediatamente todos opinan de dos personas para
la mayoría desconocidas, comparten en sus historias y rápida-
mente la noticia se viraliza. Se convoca, no precisamente a una
“cacería de brujas” como en tiempos pasados, sino a “cazar al
acusado” –nuevo demonio que se instauró– hasta incinerarlo.
Esta “caza de hombres” resulta muy diferente a la que antaño
le proponía “Susanita a Mafalda” en su búsqueda para “casarse”
con el candidato. “Que el acusado es inocente hasta que se de-
muestre lo contrario” no suele funcionar en este caso. Hay una
creencia incuestionable en lo que se denuncia y las muchachas
que leen el post, rápidamente se alinean con la joven que subió
la denuncia. En ocasiones donde el acusado es amigo de algu-
na de las chicas, puede presentarse alguna sorpresa pero no se
duda un instante en sumarse al escrache: el género llama y las
jovencitas, conozcan o no a la víctima, a su lado se enfilan. Pre-
cipitadamente se suceden las cosas: el pibe acusado desaparece
del mapa, de las redes sociales, se cambia de colegio o es expul-
sado. Una vez que las aguas se calman, otra historia similar se
enciende de inmediato. Cabe preguntarnos frente a estos suce-
sos: ¿Se tratará nuevamente de fenómenos de contagio entre
muchachitas, como antes pasaba entre las jóvenes victorianas
del internado? ¿Por qué ubicar esa vía para hacer la denuncia?
¿Qué verdad portan dichas acusaciones? ¿Qué verdad resuena
en las muchachas que rápidamente adhieren a la causa? ¿Otra
vez Freud dirá, “mis histéricas me engañaron 3 ” y posteriormen-
te se retractará ubicando que la verdad que atañe para el psi-
coanálisis no es la veracidad de los hechos sino como se articu-
la la verdad particular del sujeto?
Suelo escuchar en jóvenes analizantes, esta modalidad de ha-
cer causa común con muchachas desconocidas, haciéndole pu-
ching ball al acusado. La sesión se llena rápidamentede pañue-
los verdes y de consignas feministas junto a comentarios pseu-
do-progresistas pero que resultan muy similares a los que en
otro tiempo hacían un grupo de mujeres en el barrio: “todos
son iguales, hechos del mismo molde, cortados con la misma
tijera”. Se trata de muchachitas sexualmente muy activas pero
con cierta dificultad para conjugar en una historia; sexo y amor.
Historias en las que resuenan con diferentes argumentos, la de-
cepción por un padre con el que se batalla sin perdonarlo, por
“las faltas” a su función. Amparadas bajo la bandera del “géne-
ro”, se escabullen en lo general del tema sin ubicar lo particu-
lar que las conmovió. Y el riesgo para el analista allí es quedar
pegado a lo “políticamente correcto” o vestirse a la moda de la
época, quedando arrasada la escucha de lo singular del suje-