Revista Imago Agenda 206 "Las aplicaciones del amor" Imago Agenda 206 | Page 4
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blante, esa categoría psicoanalítica cuya riqueza y utilidad clí-
nica crece día a día conforme la diversidad sexual y los femi-
nismos interpelan el sentido común que hasta ahora regía las
coordenadas amorosas entre las personas, en este caso a tra-
vés del perfil expuesto en el particular espacio que brinda la di-
mensión virtual y cuyo alcance va más allá de la mera imagen.
En efecto, esa verdad mentirosa –que se vuelca en la edad, los
gustos, la profesión, el oficio, el empleo, las frases representa-
tivas, las expectativas, el género y el objeto anhelado–, forma
parte de la presentación de quien dice buscar algo en una apli-
cación. Aquí el diálogo entre el psicoanálisis y la diversidad se-
xual que postulan algunos feminismos amerita cierta elucida-
ción que las redes actualizan de una muy particular manera.
Se trata de delimitar diferencias para rescatar el horizonte éti-
co que ambas perspectivas comparten en su particular estra-
tegia por una sociedad más digna y respetuosa de las diferen-
cias. Entre las muchas aristas que se ofrecen al análisis elegi-
mos como punto de abordaje la confrontación entre las nocio-
nes de género y la propia del semblante. Por empezar, el género
auto percibido desconoce al Otro, eso mismo que la concepción
de semblante –por incluir el goce– incluye. En efecto, el prime-
ro resulta de una construcción discursiva que otorga consisten-
cia al Ser, en tanto que la segunda comporta un velo simbólico
imaginario que tapa, cierne y tramita esa nada que la alteridad
agita en el nudo de nuestra intimidad. En otros términos: si el
género es fruto del discurso, el semblante vela al tiempo que al-
berga su estructural inconsistencia: aquello que el discurso no
puede nombrar. De esta manera, así como el “género” privile-
gia la relación entre el sujeto y el sentido, el semblante hace lo
propio entre el sujeto y el goce: ese exceso de satisfacción que
el Otro imprime en el inconsciente sin que ninguna auto per-
cepción alcance a domeñarlo. Sostener entonces, tal como afir-
man algunas referentes feministas, que “no somos mujeres que
amamos a otras mujeres, somos lesbianas” 1 , no sólo comporta
una forma totalitaria de entender una elección sexual (¿es ne-
cesario hablar sobre la infinidad de personas que reivindican
ambas condiciones?), sino también la necia concepción según
la cual una persona debería desentenderse de la participación
que la impronta del Otro guarda en su constitución subjetiva.
Es decir, nadie es Toda lesbiana, Todo hombre, Tode queer, Todo
trans, Toda mujer, Tode fluido, etc. En definitiva, un énfasis en
el Ser que trasunta un abordaje de la sexualidad tan estereoti-
pado y rígido como el binarismo que padecemos bajo el influjo
de la heteronormatividad. Lo cierto es que lejos de prestar con-
sistencia a una concepción binaria, la bisexualidad que Freud
enuncia a fines del siglo XIX supone que nadie es igual a sí mis-
mo. Por algo en su seminario titulado “… o peor”, Lacan obser-
va que “el sexo no define ninguna relación en el ser hablante” 2 .
La auto determinación que distingue a la perspectiva de la di-
versidad sexual encuentra así una contradicción por demás com-
pleja e interesante en el privilegio que la época otorga al Otro a
través de la imagen que se da a ver en la escenografía virtual.
Las palabras. Aquí el goce desvía al auto hasta hacerlo chocar
con las palabras, sobre todo las que no se dicen en el siempre
imprevisible y enigmático encuentro con el Otro. Me refiero a
esos dichos que, lo sepan o no ambos interlocutores, trasuntan
un decir cuya singularidad traiciona el universal elegido para
hacerse conocer: vegano, espiritual, emprendedor, divertido, in-
telectual, compañero, amante de los animé, del fútbol, de Los
Redondos, de Madonna, del Rubius o de Netflix. Eso que se ve-
hiculiza en el monitor de un celu más allá del binarismo digi-
tal hace posible la factibilidad de un encuentro. Aquí cuentan
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los silencios, el espacio entre una y otra comunicación, la alter-
nancia entre el humor y la seriedad, de la misma forma que en-
tre las preguntas que se responden y las que se evaden, las fo-
tos que se muestran y las que se niegan, transcurre la fina sin-
tonía de la seducción: esa verdad mentirosa capaz de transmi-
tir un efectivo interés. Por otra parte, si bien el rechazo en las
redes –presentido o efectivamente expresado– suele no ser tan
doloroso como en el encuentro efectivo de los cuerpos, el con-
sultorio testimonia que la búsqueda de un partenaire en las re-
des puede ser duro, sobre todo para aquellos que se acaban de
separar tras largos años de matrimonio o convivencia. Quizás
por eso, tal como en “ Her” –aquella película en que la voz de
Scarlett Johansson interpretaba a una computadora que sostenía
seiscientos diálogos a la vez–, quien se sirve de las aplicaciones
acostumbra a entablar múltiples diálogos hasta que, de manera
fortuita e imprevista, algo de lo singular es tocado y ya no da lo
mismo quien está del otro lado de la pantalla o del monitor. De
hecho, resulta llamativo escuchar por boca de algunos pacientes
dichos nostálgicos sobre personas que jamás conocieron perso-
nalmente, pero cuyas palabras sabían sintonizar una clave ínti-
ma y especial. Quizás se trata de esa mixtura entre Eros y Filía
por la cual algo de la confianza permite esa entrega por don-
de la herida del amor encuentra un hueco para hacerse sentir.
Esas palabras capaces de hacer una historia por más breve que
ésta sea. En este punto, resulta por demás llamativo constatar
que cierto uso de las aplicaciones no hace más que evidenciar
el rasgo que distingue a nuestra época en que la metáfora se
desvanece a manos de un insensato empuje de satisfacción. En
efecto, el consultorio testimonia el sufrimiento de esos sujetos,
en general varones, cuyos encuentros vía aplicaciones sólo ope-
ran para mantener un sexo puntual sin expectativa alguna de
relación con el Otro. La soledad, la abulia y el aislamiento que
padecen estas personas testimonian que, para estos casos, bien
podría hablarse de aplicaciones para evitar el amor. Cruel pa-
radoja de nuestro tiempo sometido al ritmo digital, la facilidad
de acceder al semejante sólo para verificar que el Otro no exis-
te: una suerte de garantía de satisfacción que anula toda aven-
tura, expectativa y contingencia. Bienvenida entonces la tecno-
logía digital y los instrumentos dispuestos para el encuentro en-
tre las personas. Con todo, la posibilidad de que estén al servicio
del lazo social reside en la capacidad del discurso para transmi-
tir esa vulnerabilidad por la cual el deseo del Otro constituye al
ser hablante. Aquí es donde, como pocas otras veces, se verifica
el dicho de Lacan según el cual “si Freud ha escrito en alguna
parte que la anatomía es el destino, habrá quizás un momen-
to en que se volverá a una sana percepción de lo que Freud ha
descubierto, se dirá, no digo la política es el inconsciente, sim-
plemente: el inconsciente es la política” 3 . Según nuestra lectu-
ra del párrafo citado, el inconsciente es aquello que el discurso
alimenta en virtud de su capacidad para transmitir una esencial
fragilidad: ese manantial inagotable que no cesa de no escribir
el imposible de la Relación Sexual y por la cual cantan los poe-
tas al ritmo que danzan los cuerpos. Hoy que el orden simbó-
lico se encuentra amenazado por la pauperización a la que lo
somete el neoliberalismo en desmedro de los vínculos amoro-
sos, los analistas estamos convocados para que la política haga
lugar a la palabra.
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1. https://www.google.com/search?q=lesbianas+Marta+Dillon&rlz=1C
1GCEA_enAR807AR807&oq=lesbianas+Marta+Dillon&aqs=chrome.
.69i57j69i61l3.8440j0j7&sourceid=chrome&ie=UTF-8
2. Lacan, J., El Seminario: Libro 19, “ … ou pire”, Bs. As., Paidós, 2012, p. 13
3. Lacan, J., El Seminario: Libro 14: “La lógica del fantasma”, clase del 10
de mayo de 1967. Inédito.