Revista Imago Agenda 205 -FENÓMENOS PSICOSOMÁTICOS Revista Imago Agenda N° 205 (Otoño 2019) | Page 45
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Conceptos fundamentales del psicoanálisis. Coord: Lucas Boxaca y Luciano Lutereau
La voz femenina
Escribe
Luciano Lutereau
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U
n desafío de nuestro tiempo parece ser cómo consti-
tuir una voz pública que esté a la altura de las circuns-
tancias, que no sea meramente auto-afirmativa y diri-
gida a los propios.
En psicoanálisis este problema existe hace años, y así es que
fue fácilmente desacreditado por otras propuestas terapéuticas
o cuestionado por aquellos que, al escuchar hablar de la falta, la
angustia, etc. piensan que sus problemas son demasiado concre-
tos como para tratarlos con un existencialismo de segunda marca.
Muchos de los textos de divulgación del psicoanálisis no ha-
cen más que enojarse con los pacientes porque no son como
deberían ser; porque son: neoliberales, sujetos del capitalismo,
etc. La moral psicoanalítica es una queja agónica, que no ena-
mora, por eso a los analistas nos cuesta tanto hablar por fue-
ra de nuestros guetos y, mucho más, que nos escuchen. Hacia
una encrucijada semejante parece caminar el feminismo, in-
cluso siendo un movimiento popular hoy en día. El psicoanáli-
sis también lo fue; pero después viene la parte en que la pala-
bra (psicoanalista/feminista) ya no quiere decir nada, porque
se usa de cualquier modo, el mercado se la apropia a su gusto
y, con un poco de tiempo, la descarta.
Constituir una voz pública que esté a la altura es un desa-
fío enorme, el psicoanálisis no lo logró (hasta las feministas
se quejan de los analistas, sin tener idea de esta práctica, mu-
chas veces criticando textos como si el psicoanálisis fuera eso:
un objeto de estudio) ojalá el feminismo lo logre. Sin embar-
go, en este punto me interesa pensar ¿qué es una voz pública?
La voz pública es eminentemente masculina. Las mujeres ha-
blan públicamente, muchas lo hacen masculinizándose. Otras
lo hacen de manera mediada, por ejemplo, a través del arte.
La voz pública de un varón es impostada, es una voz presta-
da, basada en la imitación de otra voz. La dificultad de algu-
nas mujeres para hablar en público confronta con una fanta-
sía que los varones no tienen: la desnudez. Los varones des-
nudos pueden presumir, tienen el falo para esconderse. Mien-
tras que la desnudez femenina avergüenza (y no se tiene me-
nos vergüenza por ponerse en tetas en el siglo XXI). Transitar
esa vergüenza y no buscar detrás de qué esconderse (por ejem-
plo, el saber) es un camino de feminización muy interesante
(que a veces se recorre en un análisis). Es el camino que cons-
truye una voz singular, sin imposturas. Y la búsqueda de algo
detrás de qué esconderse (sobre todo el saber) no es algo de
la neurosis obsesiva femenina, sino una masculinización de la
mujer. El problema aquí es que se piensa la obsesión femenina
con el modelo del varón obsesivo.
Lo diré de otra manera. La madre es el primer objeto de amor.
Eso quiere decir que cualquier niño habla primero con la ma-
dre antes que con el padre. Es un fenómeno común: frente a
éste, la madre pregunta: “¿le contaste a papá?” y el niño mira
para otro lado y siente vergüenza. De este modo, antes de cons-
tituirse como dique moral, la vergüenza es un afecto del pasa-
je de lo íntimo (la madre) a lo público (el padre). El Edipo, en-
tonces, nombra el proceso de autorización de una voz pública.
Son maternas todas las relaciones de intimidad (por eso la im-
potencia de los varones es un síntoma que puede tener una in-
terpretación incestuosa), en lo público siempre se le habla al
padre. Para los varones la cuestión es más fácil en este punto:
porque les alcanza con una fantasía parricida para autorizar su
voz, es decir, con apropiarse del apellido. Por eso en lo público
se la pasan discutiendo (de lo que sea). Mientras que para las
mujeres es más difícil, a menos que se quejen del padre, lo cri-
tiquen, etc. (porque si en público se le habla al padre, todo lo
que no sea objetarlo es seducirlo). Por eso la vergüenza para
hablar en público (algo de lo que muchas mujeres se lamentan
en análisis) es una posición femenina y no necesariamente un
síntoma (histérico); muestra ese punto en que una mujer no
dice cualquier cosa en cualquier lado (como sí hacen los varo-
nes) y sería un descuido esperar que lo haga. También es cier-
to que muchas mujeres, para asumir una voz pública, no pue-
den en principio más que actuar actitudes masculinas parricidas
(como le ocurre a algunas feministas y, por suerte, otras ya se
alejaron de esa voz innecesaria). Que para las mujeres el pasa-
je a lo público suela ser indirecto, explica también por qué hay
algo así como un “hablar entre mujeres” que entre los varones
no existe y es el motivo que la intimidad sea muchas veces una
condición para la palabra: con una mujer siempre se habla ínti-
mamente, si no se habla con (esa parte de ella que es) su padre.
Para concluir quisiera recurrir a una anécdota, para retomar
la cuestión de la masculinización de la mujer. En una conversa-
ción escucho a una mujer que dice de una mujer que “está ca-
sada con la profesión” y me quedo pensando en que quizá hubo
una época en que las mujeres se casaban con varones. ¿Ahora
con qué se casan? ¿Siempre hay que casarse con algo? El pro-
blema, en todo caso, es que se puede estar casado (aquí vale el
deslizamiento a “cazado”) sin saberlo. Me quedo pensando en
que a varias mujeres que conozco les cuesta abrirse paso en sus
profesiones y no por falta de talento ni de oportunidades; a ve-
ces no se animan, se inhiben, acaso ¿la profesión puede ser un
marido demasiado celoso, al que no se puede dejar de atender,
dedicarle tiempo o, eventualmente, prestarle menos atención?
¿O uno al que se respeta demasiado? No es una cuestión de rea-
lización personal. Eso es un mito empresarial. Nadie se realiza
como persona. La realización es como varón o mujer. Algunas
mujeres se realizan casándose con el trabajo. Parecen obsesi-
vas, pero no, ¡es que son esposas muy fieles! Apenas se animan
a fantasear con que hacen otras cosas que les gustarían. Qui-
zá hubo una época en que una mujer se casaba con un varón y
pasaba a llevar su apellido; así dejaba el de su padre. Cuando
te nombra la profesión, el esfuerzo para que el nombre paterno
no sea incestuoso puede ser mucho mayor. Porque incluso esa
profesión puede tener una deriva incestuosa si recibirse era un
anhelo frustrado de los padres: si era de la madre, se trabaja-
rá compulsivamente para huir del padre, pero se quedará en la
posición de la madre, entonces será necesario más trabajo y así
sucesivamente. Si se toma la profesión del padre (o un sustitu-
to) se optará por una realización masculina y el resultado pue-
de ser una desautorización de la voz propia. En una época en
que las mujeres se casaban con varones, la histeria como defen-
sa era más frecuente. Que la histeria femenina haya casi desa-
parecido tal vez sea un resultado de que ahora se casen con el
trabajo. Este nuevo matrimonio produce nuevos síntomas, que
parecen obsesivos, pero que no lo son.
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