últimos dos años en que, a causa de una enfermedad, debe permanecer en cama adolorido y a punto
de fallecer. Solo hay, por tanto, dos etapas que
podemos considerar vida —lo que se dice vida—, en
Iván Ilich. La primera es su infancia, la cual es nombrada brevemente, pero con gran importancia, hacia
el final del texto. Solo la llegamos a conocer cuando
Iván Ilich la evoca durante sus desvaríos producto
de la enfermedad. Es tan cerca de la muerte cuando
vuelve a sus memorias de niño, que en ese momento se da cuenta, por fin, del error que han sido todos
los años anteriores y de cuánto añora, por otro lado,
las épocas en que verdaderamente era dichoso.
La segunda es, justamente, este momento. Desde
que reflexiona sobre su propia vida hasta su muerte
literal. Aunque para este momento la dicha le sea
ajena, está acompañado por primera vez en toda
su historia por alguien que de verdad pueda querer
(Gerasim). Junto con esto, finalmente se da cuenta
de lo detestable de su vida desde que entró en esa
sociedad.
Hay una parte de suprema importancia en la novela,
que Tolstói usa como metáfora de lo que habría de
ocurrir con Iván Ilich. La enfermedad que lo afligió
durante tanto tiempo nació de un golpe recibido en
el vientre, tras haber caído de lo alto de una escalera. Siendo conscientes de la obra de Tolstói, podemos inferir que esto no fue mera coincidencia, ni un
detalle sin sentido. Se puede tomar como metáfora,
para decir que en la punta de la vida de Iván Ilich, y
en lo más alto de su carrera, cuando todo lucía tan
bien como podía estar, es el momento en que cae y
verdaderamente comienza a padecer. Estos y otros
detalles pueden ser descubiertos con cada lectura
de la novela. Su maestría es tal que contiene un
sinfín de elementos que han dado tanto a críticos y
estudiosos, como a los que no lo son, la posibilidad
de continuar con cada lectura un trabajo de interpretación y apreciación. Calvino (1993) afirma:
4. Toda relectura de un clásico es una lectura de
descubrimiento como la primera.
5. Toda lectura de un clásico es en realidad una
relectura.
La definición 4 puede considerarse corolario de
esta:
38
6. Un clásico es un libro que nunca termina de decir
lo que tiene que decir. (p. 15)
Esta novela no es sino una de tantas muestras de la
capacidad literaria de Tolstói y de su sensibilidad
para entender un mundo cada vez menos humano.
Revisemos cualquier obra suya y con seguridad encontraremos una profunda reflexión sobre las constantes humanas de tormento —esté uno de acuerdo
o no con lo que Tolstói pregonaba—, y sobre la
pérdida de lo que, según el autor, verdaderamente
importa. Lo que «Rosebud» significaba para Charles
Foster Kane —en Citizen Kane— justo antes de morir
es lo que significaba, para Iván Ilich, el vago recuerdo de unas ciruelas en el jardín cuando aún era niño.
Lo único que evoca en el tope de su agonía no es
sino el contrapuesto total de una vida que hubiese
sido mejor no vivirla. Parece, incluso, que ese pequeño conjunto de moras fuese más real que todo
lo que estaba a su alrededor.
Como con cualquier otro escritor, se puede estar de
acuerdo o no con su filosofía, con sus postulados.
De ahí, que haya quienes defiendan con vehemencia el prólogo de Resurreción, también de Tolstói,
donde expone una de sus reflexiones más completas sobre el sufrimiento humano a partir del desprendimiento de la naturaleza y todo aquello que,
según él, debe ser contemplado y causa de dicha;
o quienes defiendan a Cioran o a Pizarnik, por el
otro extremo. Sea cual sea el caso de su apoyo, no
excluye el indiscutible hecho de que lograron entender un presente y futuro, no solo de su respectivo
ambiente sino también del mundo. Una clase de
decantación del todo de una raza, hasta lograr plasmar aquello que perdura y se carga como un tejido,
como la esencia misma del hombre. Así, Tolstói se
convierte, una y otra vez, en maestro, en ícono y columna de la literatura contemporánea y de la misma
contemporaneidad, un «clásico».
Referencias
Calvino, I. (1993). Por qué leer los clásicos. Barcelona: Tusquets Editores.
Tolstói, L. N. (2003). La muerte de Iván Ilich. Bogotá:
Norma.