Nuestros tiempos dorados llegaron rápido pero se fueron igualmente rápido. No duramos mucho tiempo en la cima ya que la Torre decidió matar a Salazar y usurpar el trono del diablo. Muchos jefes de bandas decidieron separarse de la Torre y Raúl tuvo que tomar una decisión. No fue bruto y decidió quedarse con la Torre, aun cuando las calenturas en el barrio y en los barrios vecinos empezaron a ponerse bravas. Raúl empezó a ponerse violento. Más de una vez me mandó matar a perritos falderos de bandas contrarias. Eran peladitos como yo, de diecisiete años o menos, pero lo que mandara Raúl, para mí, era ley divina.
Las cosas se enfriaron con el tiempo y cuando Raúl fue ascendido, no dudó en pedirme que me encargara del barrio. Fue una oferta tentadora, por fin llegaría a ser como Raúl, pero me negué. Algunos somos así, preferimos seguir a mandar. La Torre nos hizo llamar pa’ felicitarnos por cómo nos habíamos comportado en las situaciones de calentura. Pero ¿ cómo no nos hubiéramos parado firmes con un líder como Raúl? Sin embargo, las cosas no estaban bien en el negocio, los policías estaban atentos y estaban metiendo la nariz donde no les tocaba. Fue ahí cuando la Torre decidió tomarse unas vacaciones y dejar la ciudad a cargo de los cuatro capos en los que confiaba.
En ese momento conocí al Niño Martínez y al Loco Restrepo. A Álvarez no lo alcancé a conocer, pues ese tenía un problema con Raúl y me mandaron a matarlo al segundo día en que la Torre ya no estaba. El Niño Martínez tenía cara de bebé pero no por eso era uno, el hombre era astuto pa’ sobornar a policías y hacer sus trabajos sin problemas; en cambio, el Loco Restrepo era— valga la redundancia— más loco. A él no le importaba la policía, pues esos ya le tenían miedo porque se decía que picaba gente en pedacitos cuando le causaban problemas. ¿ Raúl? Raúl era un genio, él se ganaba el amor de todos, si no lo lograba con carisma, lo hacía con plata. Donde fuera, Raúl era respetado y ahí de que no fuera así, yo me encargaba de dar palizas a los irrespetuosos.
Pa’ cuando volvió la Torre el lugar era una finura, los policías, o estaban bajo nómina o estaban bajo tierra, todo estaba arregladito. Pero alguien tenía que ocupar el espacio de Álvarez. La Torre me eligió a mí, aunque, claro, yo me negué. Yo soy la mano derecha de Raúl o, bueno, lo era. La Torre empezó a buscar respuestas por lo de Álvarez y, según lo que Raúl había escuchado, el Niño lo iba a delatar. Claro que no podía permitir eso y lo invité a tomarnos unos tragos en el Songorocosongo. A las 3 a. m. de ese día le disparé dos veces en la nuca y lo escondí en una de las caletas del Loco. Si la Torre se enteraba, culparía al Loco.
El 10 de julio de 1979 Raúl Méndez fue asesinado enfrente de su casa por el Loco Restrepo. Será mejor no entrar en detalles de cómo. Seguro usted se preguntará por qué estoy acá. No lo haga. Después de once años de haber conocido y admirado a Raúl no pensaba dejar las cosas así. Asesiné al Loco Restrepo en una casa que tenía en Miami. A la Torre será mejor que ni le cuente lo que le hice. Solo quiero decirle una cosa antes de que me mate pa’ ver si al menos entiende un poco por qué lo que hice. Lo hice por lealtad, algo que los perros de ahora no tienen. Ya puede jalar el gatillo.
31