Cuando recobró el sentido ya no tenía nada, ni
siquiera sus Converse, que, por cierto, estaba estrenando. Entonces, sintió una pequeña molestia en la
parte interior de su media y vio que era un billete de
diez mil pesos. Cuando finalmente llegó al Portal de
Suba, se subió al primer bus que fuera a Chapinero.
Estaba tranquilo, ya no había nada que le impidiera
llegar a su casa. Cogió un micropunta, que estaba
en el bolsillo de su jean con una mancha de pintura,
y comenzó a dibujar en su brazo. Dibujaba las cosas
que veía: Dibujó un árbol de saúco, dibujó también
al policía de tránsito que formaba trancón y a un
viejito en una banca. Tanto se concentró dibujando
todas esas cosas, que no se dio cuenta de que el
Transmilenio ya se estaba pasando su estación.
Cuando al fin se dio cuenta, salió del bus y le preguntó a un policía cómo llegar a Chapinero desde
ahí. El policía dijo que ningún bus lo llevaría directo
a Chapinero y que lo más fácil sería coger un taxi.
Ronald salió corriendo afuera de la estación para
alcanzar un taxi. En ese momento vio la hora: Eran
las 6:52 p.m. y todavía estaba lejos de casa. Entonces decidió no correr más. Finalmente, ya no iba a
alcanzar a dibujar.
Después de un tiempo, al fin logró conseguir un
taxi. Ya no le importaba nada. ¿Qué más le podía
pasar? Después de todas las peripecias por las que
había pasado, solo quería dormir, o tal vez dibujar
solo en su cuarto.
Le pagó al taxista y fue hacia su casa. Como no tenía
llaves, timbró. Entonces fue cuando vio una nota al
lado de la puerta que decía: «Estamos en la nueva
casa de tus tíos que queda en la calle 127. Te esperamos allá. Te quiere: Mamá».
Ahora no tenía más remedio que irse caminando a
la casa de sus tíos, pues se había gastado los diez
mil pesos en el transporte. Sintió que iba caerse; el
suelo se tambaleaba bajo sus pies y tuvo un gran
mareo. Le costó recuperarse pero después de unos
minutos lo logró y empezó a caminar.
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