GESTORES DE ORO
Memorias
De niña Adriana salía de su casa y se encontraba con sus numerosos amigos y amigas en las calles de un acogedor vecindario en Caracas, en donde los hijos de los vecinos tenían prácticamente la misma edad. Era una enorme multitud infantil de estaturas similares que reinaban las calles durante las tardes y las noches. Allí ella practicó los juegos menos pensados y más populares en deporte y aventura. Otras veces Adriana se iba al llano, pues su padre era del campo, y montaba a caballo, arriaba ganado y ordeñaba con la misma naturalidad de una niña o una adolescente nacida y criada entre chacras, haciendas y animales. Cuando no estaba en la ciudad o en el campo, era porque se había ido a Puerto Cabello, de donde era su madre y donde su padre trabajaba. De ahí que surgiera ese amor primitivo por el mar. Entre el campo, la ciudad y el mar, « mi infancia fue toda diversión », dice.
Sentada al interior de una acogedora oficina en el Callao, Adriana imagina que muy pronto un enorme mapamundi colgará pegado en una de sus paredes.
Desde muy niña la geografía la apasionó; el mapa será un símbolo de ello y a la vez un recuerdo permanente de su aún intacto deseo de seguir conociendo el mundo. Ha estado en muchos países de la mayoría de continentes en donde ha dejado grandes recuerdos: las anécdotas bajo el mar del Caribe; la temeraria incursión en la selva africana; las experiencias laborales en México y Bogotá; y los asombrosos recuerdos de países que la marcaron, como la India.
Son muchos los recuerdos de felicidad. Uno de ellos fue cuando consiguió su primer trabajo de lo que había estudiado. Cada vez que hace memoria sonríe como si lo viviera ahora mismo. Aquellos días trabajaba en un banco; alguien le comentó que había un puesto de mercadeo en KRAFT. Fue inmediatamente al lugar pero el tiempo no la ayudó y llegó última. Antes que ella, una inmensa pila de 100 currículos se levantaba en el escritorio de la recepcionista, y el de ella sería el último. Por suerte, la mujer frente al escritorio la conocía y puso su currículo primero. Cuando lo piensa, se sonroja. Pero lo cierto es que la selección de todos esos documentos arrojó al final solo 4 clasificados, dentro de los cuales estaba su nombre.
En su casa de Miraflores tiene una mascota que la acompaña desde el año pasado; ella llegó en uno de los momentos más tristes de su vida, cuando su perrita Petunia falleció luego de estar con ella durante 16 años. Los canes son una parte íntima de Adriana; recuerda con enorme cariño y profunda tristeza al perro que estuvo con ella en los diferentes países donde residió por cuestiones de trabajo. Se llamaba Olafo y era un lhasa apso, cuyos recuerdos almacena para siempre. El día que murió, a los 16 años, se convirtió en el más penoso de todos. Pero hoy tiene una nueva acompañante que una amiga llevó a su casa para que la cuidara, Nala, una golden retriever. Pensando en ella, la sonrisa que por un rato la había dejado, le vuelve al rostro.
Para finalizar esta amena conversación, le pedimos que se defina a sí misma. Sabemos de su alegre carácter, de su amabilidad, de su perfil aventurero y de su pasión por el crecimiento:
— Me molesta la mediocridad, me gusta la gente trabajadora; siempre exijo calidad, trabajo y sinceridad. Por eso las personas al comienzo me ven dura, pero terminan apreciándolo— nos dice.
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