Revista Foro Ecuménico Social Número 12. 2015 | Page 84
Borges y la trascendencia
Los enigmas
del cosmos y
de la historia
se desatan sólo
en esta perspectiva
trascendente, donde
precisamente se
posiciona también
el enigma temático
del libro, el del mal
y del dolor.
Ravasi con artistas
plásticos en la UCA
surda y fatal que produce las antípodas
de la realidad en modo casual, sino, más
bien, de una metarracionalidad que es
sostenida, por tanto, de una lógica trascendente e inescrutable. Por eso Job tiene razón al protestar, pues ésta desborda la racionalidad humana limitada, mas,
contemporáneamente, se equivoca aplicando e imponiendo su circunscrita capacidad “visiva”, un poco como sucede a quien –contemplando una obra de
arte pictórica– se detiene sólo a analizar
las pinceladas o los recuadros de color,
sin dirigir una mirada panorámica a
la obra entera.
Será, entonces,
solamente por revelación
divina
(que es precisamente la mirada
de conjunto) que
Job podrá comprender la colocación de su dolor
en el infinito diseño de la ‘esah divina:
“Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora
te han visto mis ojos” confesará al final
(42,5) el gran sufriente. Los enigmas del
cosmos y de la historia se desatan sólo
en esta perspectiva trascendente, donde precisamente se posiciona también el
enigma temático del libro, el del mal y
del dolor.
¿Asesino Caín o Abel?
Arriba se decía que junto a Job, Borges
confesaba amar también Qohetel/Eclesiastés. Eso es comprensible, considerado el corte crítico de este autor bíblico,
convencido de que toda la realidad sea
hebel, es decir, vacío, humo, vanidad (1,1;
12,8), que la historia no sea sino una incesante rueda de eventos reiterados, que
“gran sabiduría es gran tormento porque
quien más sabe más sufre” (1,18) y que
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“todas las palabras están desgastadas y el
hombre no puede usarlas más” (1,8).
Esto nos ayuda a comprender que
–incluso en la rareza de las citaciones
explícitas (recordemos sobre todo la
poesía Eclesiastés I,9 presente en La cifra (1981), que está basado en la célebre
máxima qohelética “No hay nada nuevo bajo el sol”, presentado por Borges
como “Nada hay tan antiguo bajo el
sol”)– el Eclesiastés pueda haber sido un
compañero de viaje en las exploraciones
existenciales del escritor, como atestigua
la tesis Borges, lector de Qohetet, de Gonzalo
Salvador Vélez (Institut Universitari de
Cultura, Barcelona 2004).
El horizonte borgesiano veterotestamentario explorado por Edna Aizenberg
en su estudio Borges, el tejedor del Aleph y
otros ensayos; del hebraísmo al poscolonialismo
(Vervuert Iberoamericana, Frankfurt am
Main - Madrid 1997), podría, en fin, ser
ilustrado también por otra perícopa bíblica que más reiteradamente estimuló al
escritor y que por él fue afrontada –podemos decir– en modo qohelético.
Nos estamos refiriendo al relato de
Caín y Abel (Génesis 4,1-16) que tuvo
una evocación poética en una breve
composición en La rosa profunda (1975)
titulada –como a menudo gusta hacer a
Borges recurriendo a las citas bíblicas–
Génesis IV,8:
“Fue en el primer desierto.
Dos brazos arrojaron una gran piedra.
No hubo un grito. Hubo sangre.
Hubo por vez primera la muerte.
Ya no recuerdo su fui Abel o Caín”.
Junto a ésta se debe, en cambio, colocar la relectura más amplia de esta escena bíblica en el Elogio de la sombra (1969)
donde los dos hermanos se encuentran
de nuevo después de la muerte de Abel
en una atmósfera de corte escatológico,
incluso si la escena es ambientada en el