Revista EntreClases Nº 6. Mayo 2020 | Page 61

La sala no tardó en llenarse de periodistas y fotógrafos que trataban de captar todos los movimientos que se sucedían entre aquellas cuatro paredes. Muchos estudiantes fueron a ver el experimento de su compañera de Artes Escénicas. Los que conocían el espectáculo imitaron las conductas no violentas utilizando los utensilios no hirientes: Elena recibió una rosa, decoraron su atuendo con una boa de plumas e incluso un chico con el que compartía clase dejó un beso sobre su mejilla.

Mas los gestos positivos y cariñosos se tornaron tensos cuando comenzó a llegar al local gente ajena a la artista, que observaban con admiración y morbo los utensilios que podían herir a la “joven-objeto”. Algunos hombres adultos no tardaron en desnudar a la chica, quien presenciaba, inerte y horrorizada, aquel gesto que no podía impedir. Ella ahora era el objeto de experimento, y nada podía hacer para detener los estímulos negativos que le llegaban. Podía notar cerca el olor a sudor y a perversidad que desprendían los varones que osaban acercarse a ella.

Muchos de los estudiantes de su edad trataron de parar a los atacantes tanto verbal como físicamente, pero nadie logró detener las agresiones y abusos sexuales que sufrió la madrileña. El miedo se volvió tangible cuando sobre su lengua se formó un surrealista sabor a sangre y gasolina que casi le hizo perder el sentido. La percepción del entorno se distorsionaba por el terror, haciéndolo irreal y monstruoso.

Por desgracia, la pesadilla continuaba lenta y tortuosamente, y sintió cómo sus pupilas temblaban cuando un camino espeso y cálido se extendió por su torso, tiñendo la piel blanquecina de una paleta burdeos que probablemente se tornaría negra al secarse. Elena podía escuchar gritos de terror y defensa, pero no percibía que todo llegara a su fin.

Como si fuera a aliviar el dolor de la joven, un estudiante alzó la voz para anunciar que apenas quedaban diez minutos para que la prueba acabara. Elena agradeció con lágrimas el final del experimento. Relataba en una oración casi pronunciada por un autómata que ya no sentía dolor, que la sangre desaparecía de su piel y que el llanto que mojaba sus mejillas no era sino de alegría pura. La chica ya no podía sentir ni su propio cuerpo tras percibir la vibración del estallido. Los estudiantes gritaban tras haber presenciado cómo uno de los desconocidos cargaba la pistola cedida por la joven con la única bala que descansaba sobre la mesa de objetos para, seguidamente, atentar contra el cráneo de Elena, tiñendo una de las blancas paredes de brillantes colores y trozos de seso.

La “chica-objeto” ya no sentía su cuerpo, porque ya no le pertenecía. Ya no podía apagar su cámara de grabación al terminar el experimento ni redactar una conclusión sobre su profunda tesis. Pero si pudiera, habría relatado la forma en la que el mundo se había vuelto corrupto, mucho más que durante aquella noche de 1974.

María Sachez 1º Bach G

Escritas para la clase de Lengua Castellana y Literatura con el profesor José Preciado