Revista EntreClases Nº 6. Mayo 2020 | Page 14

Presupongo mi neurosis como una línea paralela a la monotonía.

Me consta lo raudo que avanzan ambas últimamente, sobre todo desde que me mantengo viva en una celda.

Desde aquí dentro todo ha adquirido un tono cada vez más monocromo y decoro el paso del tiempo con un análisis de recuerdos y estados hipotéticos confluentes que acaban en resaca nocturna, que junto al insomnio y a la ansiedad, tiene como principal síntoma la culpabilidad y el anhelo del pasado.

Observo los gritos de todos los analistas que ansían volver al sitio donde estaban.Sus cuencas negras bajo los luceros, lo rápido que se han evaporado esas primeras risas que les producían todos aquellos que consideraban imprescindibles al inicio de esta condena.

A veces me asomo a la ventana, pero duro pocos segundos. Siempre lo califico como posarme enfrente de un escenario en el que paradójicamente un tumulto de cadáveres salen a que les recuerden que están vivos.

Duro pocos instantes porque la simplicidad siempre ha infundado en mí un sentimiento de tristeza.

Les compadezco.

Algunos llevan demasiadas noches viviendo solos consigo mismos y han empezado a entender por qué hay tanta gente que les odia. Son los mismos que extrañan a unos títeres que les hagan sentir parte de algún sitio.

También están los espejos asesinos. Los que se atreven a someterse a juicio todos los días frente a ellos ya han recortado masa, ya han apagado los focos por no verse relucir las mejillas, las zonas demasiado lisas, las zonas no lo suficientemente voluptuosas.

Conozco a su vez, cientos de peces burbujeando vacío. Intentando creer que son felices ahora que no pueden huir de lo que les rodea, asimilando que estaban tan ocupados en la vida que se les había olvidado el vivir. Conozco millones de becerros que luchan con otras manadas por defender su verdad, protagonizando ese borreguismo social que tanto me abruma.

Pero sobre todo me asustan las mentes ociosas. Son capaces de albergar al demonio en sí y a menudo el cansancio comete más crímenes que la malicia. Es el precio que tiene vivir sumergido en la ignorancia que te propician unas pantallas, unas piernas bonitas que solo te sacian un fin de semana.

He dicho que he oído muchos gritos.

Yo también gritaría si descubriese que solo queda dependencia donde firmé amor, que existe el amor de tu vida pero cambiaste de vida, que puedes necesitar y ya no querer.

He oído en la última quincena demasiados gritos.

Pero si tuviese que abrazar a alguien en medio de esta agonía, elegiría a los que aún estando solos, no echan de menos a nadie.

Porque esos ya no gritan.

Porque esos ya no sienten.

Rejas

Laura Suero, alumna de 2º de bachillerato