Y ante todo va nuestro agradecimiento hacia la Fuente de la que procedemos tanto los Ángeles como nosotros. Los Ángeles en sí no son esta Fuente, aunque ellos, como nosotros, son inmortales. Si sus rostros brillan con una luz que no es terrenal, es porque están llenos de la Luz
única.
Como ya he dicho, los Ángeles son nuestros amigos, no nuestras herramientas ni nuestros
criados personales a quienes podemos dar órdenes. Sirven a Dios, que es Amor, y la única agenda
que conocen es el Plan Divino.
Hay una clave en la misma palabra “Ángel”, derivada del griego Ángelos, que significa
“mensajero”. Los Ángeles son mensajeros de nuestro Creador.
Al invocar a nuestros Ángeles para que nos ayuden a ejecutar tareas tanto mundanas como
inspiradas, podemos confiar en que todo sucederá de acuerdo con la Voluntad Superior y no sólo
con la nuestra.
Mediante esta colaboración perdemos nuestra sensación de aislamiento, empezamos a
comprender realmente que no estamos solos y carentes de apoyo; que en nuestro alrededor hay
ayuda y guía por doquier. En esta forma comenzamos a abrirnos al estado de gratitud en el que
pueden ocurrir los milagros.
La existencia de los Ángeles comienza exactamente en el límite donde termina nuestro pensamiento racional y lógico, donde termina nuestro mundo convencional y rutinario. Pasando por
ese límite, comienza la sorpresa y el asombro. Allí es posible encontrarlos, sutiles, livianos, de rostros luminosos y hermosos ropajes.
Ellos nos ayudarán a pasar esas fronteras racionales y llegar a un sitio donde nos transformamos y comenzamos nuevamente a tener fe. Para ello tenemos que dominar nuestro mayor
miedo, el de ser diferentes. Podemos tener la certeza de que ese miedo se irá disolviendo y cada
vez que nos dejemos caer en el desánimo, ellos nos sostendrán. Cada vez que estemos desorientados, ellos nos susurrarán mensajes fantásticos a los oídos y nos dejarán señales para indicarnos
el camino que, a veces, es tan fácil perder.
Nos devuelven la magia, la fe en nuestros sueños, la confianza y la memoria de un
origen muy antiguo. La memoria olvidada de
ser Hijos del Cielo, Hijos del Esplendor, Hijos
de Dios. Esta memoria de nuestro verdadero origen es uno de los primeros regalos que
recibimos cuando los Ángeles, al comunicarnos con ellos, nos permiten entrar cada vez
más en sus dominios, con l H