Revista El Uru nº 56 | Page 7

apenas la primera media hora de su jornada . El resto , consistía en sentarse en una ruinosa silla de madera y quedarse dormido hasta el final de su horario . Como un reloj humano , se despertaba exactamente a las seis de la mañana , cuando los primeros rayos de luz afloraban por la ventanita que daba al patio .
En medio de esa madrugada previa a la festividad , un grito lo despertó repentinamente . No era más que el lamento triste y amargo de un interno . El Rulo Muñoz intentó volver a conciliar el sueño , pero era inútil , el paciente ya lo había arrojado de ese mundo mágico . En ocasiones , eran los internos los que se veían despertados por los ronquidos de éste . Como se vio sin más actividad que realizar y el aburrimiento lo invadía , se encaminó hacia la cocina del hospital , habitación de la que tenía su propia llave personal , realizada un día de descuido de la cocinera . Entre el desparramo de platos y utensilios , algunos todavía sucios , siempre descubría algo con que entretener el apetito . El personal de la cocina , que ya conocía esa costumbre , le dejaba escondido , casi como un ritual , un plato con una porción de la cena . Era una especie de juego , de búsqueda del tesoro . La cocinera conocía sus mañas y , quién sabe si con la esperanza de inculcar unos gramos de júbilo ante tanto desconsuelo , todas las noches participaba de este entretenimiento .
El Rulo Muñoz ingresó a la cocina , arrastrando sus pies aún dormidos , mientras masticaba un tabaco apagado en sus labios . Con la mirada cansada pero el olfato atento como el de un animal , buscaba la porción de alimento que le correspondía , cuando de pronto , sus pupilas se dilataron y de un sopetón se despertó . El cuerpo de un enorme cerdo adobado yacía sobre la mesada . Sería la cena de Navidad que se le prepararía a los pacientes del internado psiquiátrico y significaba el beneficio que se les obsequiaba una vez al año . Mas el Rulo Muñoz no vaciló ni lo pensó dos veces : el desdichado animal se marcharía con él apenas apareciera en el cielo el reflejo cómplice de la mañana . Y como hombre de palabra , cumpliría su promesa . Sabía que los internos no serían un problema ya que dormían hasta bien entrado el día , y si eso no pasaba y alguno lo descubría , tenía su propia coartada . Continuamente los psiquiátricos tenían apariciones de seres fantásticos , por lo que un simple chancho no sería para tanto . La dificultad rebosaba en los policías a los que les llamaría la atención que el Rulo Muñoz saliera con un enorme cerdo , a pesar de que nunca habían tenido ningún inconveniente . Fue así que ideó un plan con lo que tenía a mano : parte de su vestimenta . Primero limpió de condimento al cerdo y luego , lo vistió con una campera de cuero , que lo salvaba al Rulo Muñoz del clima cambiante de verano , lo coronó con un par de gafas de sol
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