Revista de viajes Magellan Octubre 2017 | Page 42

La silueta del Monte Nimba se recorta en el cielo más allá de los cultivos cara de feliz despreocupación del pequeño simio, una sonrisa de chimpancé que se nos hizo triste al reconocer el aislamiento de esa pequeña población. Si el corredor verde no prosperaba, el reducido grupo de chimpancés acabaría sucumbiendo. Los dejamos jugando en las ramas y, por otro camino, nos encara- mamos a lo alto de la colina. Tropecé con una rama en el suelo. Tenía un trozo de alambre unido. No era una rama. Era una trampa para cazar animales. Se la enseñé a Pascal. −Hay algunos guardias en el Parque −me dijo mientras derribaba la trampa de un pun- tapié−, pero no llegan hasta aquí. Nos es difí- cil luchar contra la caza ilegal. La gente tiene hambre… Caza ilegal, deforestación, minería,… El futuro de la selva primaria de Guinea se veía oscuro. Llegamos a la cima, donde encontra- mos un claro entre los árboles donde había crecido un tupido manto de gramíneas. Desde aquí, en el horizonte, vimos la silue- ta imponente del macizo del Monte Nimba, recortado contra un cielo enrojecido por el sol poniente. Algo se movió junto a nosotros. Negro. Peludo. Otro chimpancé. Los guías lo reconocieron. Era un adulto del grupo, de doce años. No nos hizo mucho caso. Siguió andando por el borde de la selva hasta que se internó entre los árboles. Se hacía tarde y empezamos a regresar hacia el coche. Mientras hablábamos de lo afortunados que habíamos sido por haber visto aquéllos animales en su hábitat, oímos un largo y penetrante grito. Era del chimpancé, pero a mí me sonó como si fuera el lamentoso quejido de la selva clamando por su futuro en peligro. v 42