En el horizonte se levanta la forma
inconfundible del Monte Nimba
y fue a despertarlo. El sargento abrió los ojos
contrariado y escuchó las palabras del solda-
do, mirando hacia nuestro coche mientras
le dejaba hablar. Recogió los pasaportes que
le tendió el soldado, se levantó y se dirigió
hacia nosotros. En la mejilla derecha tenía
una enorme cicatriz que le daba un aspecto
salvaje.
–Buenas tardes –nos dijo en francés, esbo-
zando una falsa sonrisa que le deformó aún
más la cara–. ¿Puedo preguntarles cuál es su
misión?
Nuestro guía local, Daïmou, fue el primero
en hablar, con un tono de voz suave y edu-
cado pensado para calmar la inquietud del
sargento:
–Queremos subir al Monte Nimba –dijo
por enésima vez…
El sargento frunció el entrecejo. El Monte
Nimba, con sus 1.752 metros de altitud, es el
punto culminante de un macizo que desde
1981 ha sido declarado como Reserva Natural
Estricta. A causa de la inestabilidad política
de la región (en la frontera de Costa de Mar-
fil, Guinea y Liberia) el turismo no solo es
desalentado por el gobierno, sino que a causa
de la protección natural, en teoría está prohi-
bido. Eso lo sabían todos los militares, hasta
el sargento, y aunque ya nos habían advertido
de la necesidad de un permiso adecuado para
superar esa prohibición, también sabíamos
que era más fácil subir físicamente a la mon-
taña que sortear el caótico papeleo de la buro-
cracia africana para obtener ese documento.
Nos habían dicho que lo tenía que firmar el
gobernador de la Guinée Forestière, así que
28