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Mi práctica diaria durante la pandemia

Me he sentido protegida. En el servicio de riesgos laborales me han reconocido como persona más sensible, como a otras dos compañeras médicas del equipo del centro de salud donde trabajo. Nos han destinado solo a consultas telefónicas. Han contratado personal médico para hacer nuestro trabajo presencial. Nuestras consultas y nuestro trabajo en general, no se pueden hacer desde nuestras casas. Supongo que, aparte de problemas técnicos, por la confidencialidad entre médico y paciente, que es imprescindible en nuestra profesión y la debida protección de las historias de salud dentro del sistema informático con el que trabajamos.

En mi departamento de salud nos han concedido, durante las semanas más duras del confinamiento, trabajar una semana y la otra quedarnos en casa de retén, para descansar y no contagiarnos todas a la vez.

Eso conllevaba que las semanas que trabajamos las jornadas eran más largas y duras, pero al parecer era preferible así.

He echado mucho en falta poder explorar a mis pacientes, verles las caras, palpar su abdomen cuando le duele o auscultarle cuando se fatiga. La consulta telefónica debe ser más cuidadosa preguntando más detenidamente por los síntomas que tiene cada paciente. La incertidumbre aumenta y nos quedamos menos satisfechos de nuestra actuación. Las dudas te las traes a casa, aunque no quieras, y a veces me he despertado en mitad de la noche pensando en algún paciente que me preocupa.

No he podido acompañar a un paciente al final de su vida. En otros momentos, posiblemente, hubiera estado junto a él en sus últimos días y hubiera dado el pésame a sus familiares con un abrazo o un apretón de manos tras su fallecimiento. Pero era necesario. Se ha evitado al máximo que se acudiera a los centros de salud para evitar contagios, para mantener el confinamiento, que era la única manera de frenar la pandemia y de que el sistema sanitario no se colapsara aún más.

Estoy deseando recuperar poco a poco la normalidad. He empezado a hacer consultas presenciales y me gusta recuperar esa forma de atender, ver, explorar físicamente, intercambiar frente a frente preguntas y respuestas, dudas e incertidumbres, dialogar. Ver los gestos de dolor al palpar una rodilla o un abdomen. Ver las muestras de afecto y las sonrisas, que también las hay en nuestro día a día.

Vivir la vida en toda su plenitud y con todo lo que nos ofrece. ¡Ojalá no lo perdamos de nuevo! ¿De quién depende? De todas depende.

Y vuelvo a la pregunta del principio ¿Cómo hemos cambiado? Yo soy más precavida, conmigo y con los demás, más cuidadosa. Soy más consciente de mi fragilidad, la de los míos y la de mis pacientes, en suma, la de todo el mundo. Pero también me he dado cuenta de que somos fuertes, de que hemos superado cosas que ni nos imaginábamos. Y también aprecio, aún más, el abrazo que acabo de recuperar de mi nieta y de mis hijos.

Valoremos vivir la vida en toda su plenitud y con todo lo que nos ofrece. ¡Ojalá no lo perdamos de nuevo! ¿De quién depende? De todas depende.

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