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Comunidades educativas Escuela en Pastoral
Lo hemos leído y escuchado cada año: el
tiempo litúrgico del Adviento nos invita a es-
perar. Se trata de una espera gozosa desde la
fe que nos asegura que nuestro Salvador ven-
drá a encontrarse con nosotros, con nuestras
vidas tan humanas cuya categoría común
es la fragilidad. El Adviento culmina con el
tiempo litúrgico de la Navidad, al significar
la realización de las promesas de Dios, cuyo
advenimiento en su Hijo Jesucristo es un
acto de amor excelso, pues en el misterio de
su gestación y nacimiento, viene a cada uno
de nosotros, hace un acto de solidaridad con
nuestra debilidad. En efecto, la Navidad es
un signo muy elocuente de compasión; Dios
se hace hombre asumiendo toda nuestra
realidad humana, excepto la tendencia que
tenemos a la satisfacción egoísta y desorde-
nada de los sentidos humanos, propiciando
un camino de pecado. Así pues, la Navidad
es la fiesta de la humanización de Dios, cuya
encarnación por medio de su Hijo, al asumir
cada elemento de nuestra naturaleza huma-
na, inaugura una nueva perspectiva de salva-
ción. El amor humanizado en la encarnación
del Hijo, nos abre las puertas de una nue-
va relación con Dios, ya no supuesta, desde
la creencia de la salvación a partir de obras
buenas para satisfacer a Dios y listo. Es algo
más serio y profundo. La salvación de la vida
desde la apertura del hombre al misterio del
amor divino que ha de llegar a nosotros y
que, al humanizarse, toca cada zona comple-
ja y difícil de la vida humana y que, en mu-
chísimas ocasiones, nos acina a la desilusión.
Se trata de puro amor.
Para entenderlo mejor: en el Adviento me en-
cuentro esperando con fe, la visita de Dios a
mi vida tan lastimada y débil, tan ofuscada y
confundida por mis egoísmos y desórdenes.
Espero ilusionadamente y con entusiasmo
que, en la Navidad, Dios se encuentre conmi-
go para abrazar mi vida tal como es, experi-
mentando con ello su acción solidaria que me
hace saber que, a pesar de mis desvaríos, yo
soy su hijo infinitamente amado: “Éste es mi
Hijo amado, en quien tengo mi complacen-
cia” (Mt 3,17).
Sin embargo, esperar ya no es costumbre, so-
mos una generación desesperada. Somos im-
pacientes, porque hemos seguido la corriente
de una generación vertiginosa, cuya intensi-
dad exige que los resultados sean inmedia-
tos, sin tregua alguna. Exigimos respuestas,
resultados; no aceptamos demoras y como
consecuencia, la aniquilación de la esperan-
za. ¿Estaremos preparados debidamente para
esperar a Dios?, ¿le exigiremos inmediatez
para que realice su obra de salvación?, ¿cuán-
tas veces nos hemos incomodado con Dios
por sus “omisiones” o “lentitud” ante mis
necesidades? (¿o necedades?). Estamos ante
una cuestión grave. El Adviento propone en
su discurso la vivencia de la esperanza; sin
embargo, nos hemos acostumbrado a sus
signos litúrgicos (corona de adviento, cantos
propios, celebración de la posada, etc.) que
pareciera con ello, su falta de impacto en la
conciencia y en la voluntad de los fieles. ¿Ten-
drá el Adviento, ahora, en la actualidad, el
poder de sembrar esperanza en una sociedad
impaciente y desesperada?; ¿el discurso del
Adviento será escuchado por una sociedad
entretenida, distraída e incluso, hipnotizada
por las redes sociales y las tendencias digita-
les?; ¿cuál debe ser el método pedagógico a
utilizar para que el Adviento sea elocuente y
que nuestras comunidades educativas vivan
provechosamente cada uno de sus signos y
convertirnos como lasallistas, en testigos de
la esperanza?
Recomiendo las siguientes prácticas que pue-
den ayudar a erradicar las tendencias actua-
les a incurrir en la impaciencia, desespera-
ción, distracción o hipnosis provocada por la
cultura digital.
Recupera la satisfacción.
Se perciben serios problemas de insatisfac-
ción ante lo que se tiene y lo que se vive. Me
parece que estamos inmersos en una socie-
dad insatisfecha que busca erradicar tal si-
tuación por medio de la inmediatez en las
complacencias materialistas, consumistas
y de ensimismamiento digital. Tendríamos
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