La campesina ahora una princesa fue perdiendo la memoria, el guerrero quedó al otro lado
del muro esperando el día para estar con su amada. Ni el más profundo charco de sangre le
quitaba la vida y por cada rosa que de este nacía él perdía la capacidad de expresarse.
Aquel bello monumento en forma de castillo empezó a desplomarse en el dorado amanecer,
el cuerpo de su amado yacía convertido en una rosa con aladas espinas sobre una cama de
pétalos y aquel muro de rosas no era más que un olor perfumado en el aire del jardín de los
silbidos. La doncella levantó la rosa y la colocó en su trenzada cabellera, camino hacia su
libertad sin aquello que un día la ató y sin aquel que sin dudar dio todo por verla feliz; en las
profundidades del aquel innito jardín el viejo ahuehuete chiaba una melodía melancólica,
pues dentro de su tronco, aun habitaba el alma de un noble que dio su eternidad convertida
en raíces para que su amada brillara en el cielo alumbrando a todo su pueblo, pero esa…
es otra historia.