Revista Cultura&Poesía
Abril 2019
Las huellas
de García
Lorca en
Argen na
Guillermo
Eduardo Pilía
Academia de
Buenas
El 13 de octubre de 1933 llegaba a
Buenos Aires vía Barcelona, moreno de
verde luna, la boca llena de risa, a bordo
del "Conte Grande", Federico García Lorca.
Según Ian Gibson, fue feliz en nuestra
patria y conoció por primera vez el éxito y
el reconocimiento unánime de la crí ca.
También el del público, que llenó durante
meses la sala del Avenida para disfrutar de
"La zapatera prodigiosa", obra que ya
había estrenado con Margarita Xirgu en el
Teatro Español de Madrid, pero de la que
diría Lorca: "En realidad su verdadero
estreno es en Buenos Aires y bailada por la
gracia extraordinaria de Lola Membrives
con el apoyo de su compañía".
García Lorca pronunció varias
conferencias en Buenos Aires, vibró con el
tango y se fascinó con la melancolía del
bandoneón en las noches del Tortoni,
donde se reunían ar stas y poetas de la
bohemia. Por aquellos días tal vez conoció
y escuchó cantar a Gardel, al que según
parece, le dijo: "En la ciudad del tango
tengo la fama de un torero". También
consolidó su amistad con Pablo Neruda, y
organizó con él un homenaje a Rubén Darío
que se convir ó en un libro con dibujos de
Lorca. En Buenos Aires leyó a sus amigos "La
casa de Bernarda Alba", que pensaba
estrenar en Madrid. En su habitación 704 del
Castelar siguió escribiendo "Yerma", que le
tenía prome da a Lola Membrives. "Nadie
sabe, ni se imagina, la emoción simple y
profunda que rodea mi corazón como una
corona de flores invisibles al saber que en
estos instantes mi voz se está oyendo en
América —dijo por radio— y que, sobre todo,
está vibrando en Buenos Aires enredada en el
gran altavoz del bar o disminuida en la
pequeña radio que enen en su cuarto de
estudiante o la muchachita que hace escalas
en su piano. ¡Salud, amigos!".
Si bien la estancia de Lorca en la Argen na fue
casi toda en Buenos Aires, visitó
esporádicamente otras ciudades y
localidades, como la finca de los Botana en
Don Torcuato, el delta del Tigre, la ciudad de
Rosario y mi ciudad de La Plata, a la que llegó
con su uniforme de “La Barraca” para
Revista Cultura&Poesía
compar r un asado en la Escuela Anexa.
También realizó un breve viaje a Uruguay,
invitado por Juana de Ibarbourou. Federico
dejó la Argen na el 27 de marzo de 1934.
"Me voy con gran tristeza, tanta, que ya
tengo ganas de volver. Buenos Aires es una
ciudad maravillosa. Es como me gustaría
que fuera España: cosmopolita, llena de
amigos, desprejuiciada, tumultuosa,
desbordante de vida y de cultura...". De
haberse quedado no hubiera sufrido el
des no que presagiaba en sus poemas. Dos
años después, Franco, al grito de "Viva la
muerte", se sublevó contra aquella
República a la que Federico apoyaba
llevando el teatro a los pueblos y la cultura a
una España rural casi analfabeta. Fue
detenido y fusilado junto a un maestro y dos
toreros anarquistas en Víznar, en su propia
Granada. Por "escritor subversivo y
homosexual".
El régimen de Franco no se llevaba bien con
cierta cultura, y el lugar que Federico había
elegido para ver la vida estaba en sus
an podas. "Mientras haya desequilibrio
económico –le había dicho a un periodista
argen no-, el mundo no piensa. El día que
el hambre desaparezca, va a producirse en
el mundo la explosión espiritual más grande
que jamás conoció la Humanidad". Pero
volvamos a un año más grato, el de 1933.
Si la visita de Lorca a la Argen na fue sobre
todo a Buenos Aires, la que hizo a mi ciudad
fue, fundamentalmente, una visita a la
Universidad Nacional de La Plata. No
concretó ningún viaje a Mendoza, Tucumán
ni San ago del Estero, y también declinó la
invitación de la Universidad de Córdoba. En
Abril 2019
cambio aceptó la del doctor Ricardo Levene,
nuestro pres gioso historiador, entonces
presidente de la Universidad. Fue el 13 de
diciembre. En la Colonia de Vacaciones de la
Escuela Anexa se sirvió el almuerzo y los
niños drama zaron algunas escenas de
“Pinocho” que conmovieron al poeta
granadino. Después de la función teatral,
García Lorca expuso ante los profesores y
estudiantes sus ideas y experiencias acerca
del teatro en la universidad, sobre la base
del trabajo realizado en “La Barraca”, el
teatro universitario español que él mismo
había fundado y del que par ciparon
importantes figuras de la intelectualidad de
su empo, como soporte cultural de la
República. Unos días más tarde, Federico
volvió a La Plata, pero esta vez al Coliseo
Podestá, para leer el prólogo de “La zapatera
prodigiosa”.
Alguien dijo que García Lorca le escribió
todo un libro a Nueva York, ciudad en la que
no la pasó muy bien; un poema a Cuba (en
realidad, a la ciudad de San ago) y ni un solo
verso a Buenos Aires. Sería mucho esperar
que después de 85 años se descubriera
alguna pieza desconocida en alusión a sus
breves visitas. Quince años después, en la
primavera de 1948, llegaría a La Plata otro
andaluz universal, Juan Ramón Jiménez. La
ciudad no los olvidó, aunque la mayoría lo
ignore. Las dos diagonales que atraviesan la
plaza Sarmiento, apenas de dos cuadras
cada una (porque los poetas son para calles
pequeñas, no para grandes avenidas ni
bulevares) se llaman Juan Ramón Jiménez y
Federico García Lorca.