Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 48
Con mi
música
y la Fallaci
a otra parte
Leonardo Haberkorn
D
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espués de muchos, muchos
años, hoy di clase en la uni-
versidad por última vez.
No dictaré clases allí el semestre
que viene y no sé si volveré algún
día a dictar clases en una licencia-
tura en comunicación.
Me cansé de pelear contra los
celulares, contra WhatsApp y Fa-
cebook. Me ganaron. Me rindo.
Tiro la toalla.
Me cansé de estar hablando de
asuntos que a mí me apasionan
ante muchachos que no pueden
despegar la vista de un teléfono que
no cesa de recibir selfies.
Claro, es cierto, no todos son así.
Pero cada vez son más.
Hasta hace tres o cuatro años la
exhortación a dejar el teléfono de
lado durante 90 minutos —aun-
que más no fuera para no ser ma-
leducados— todavía tenía algún
efecto.
Ya no. Puede ser que sea yo, que
me haya desgastado demasiado en
el combate. O que esté haciendo
algo mal. Pero hay algo cierto: mu-
chos de estos chicos no tienen con-
ciencia de lo ofensivo e hiriente que
es lo que hacen.
Además, cada vez es más difícil
explicar cómo funciona el periodis-
mo ante gente que no lo consume
ni le ve sentido a estar informado.
Esta semana en clase salió el
tema Venezuela. Solo una estu-
diante en veinte pudo decir lo bá-
sico del conflicto. Lo muy básico.
El resto no tenía ni la más míni-
ma idea. Les pregunté si sabían
qué uruguayo estaba en medio de
esa tormenta. Obviamente, ningu-
no sabía. Les pregunté si conocían
quién es Almagro. Silencio. A las
cansadas, desde el fondo del salón,
una única chica balbuceó: ¿no era
el canciller?
Así con todo.
¿Qué es lo que pasa en Siria?
Silencio.
¿De qué partido tradicionalmen-
te es aliado el PIT-CNT? Silencio.
¿Qué partido es más liberal, o
está más a la ‘izquierda’ en Estados
Unidos, los demócratas o los repu-
blicanos? Silencio.
¿Saben quién es Vargas Llosa? ¡Sí!
¿Alguno leyó alguno de sus li-
bros? No, ninguno.
Conectar a gente tan desinfor-
mada con el periodismo es com-
plicado. Es como enseñar botánica
a alguien que viene de un planeta
donde no existen los vegetales.
En un ejercicio en el que debían
salir a buscar una noticia a la calle,
una estudiante regresó con esta no-
ticia: todavía existen quioscos que
venden diarios y revistas.
En la Naranja mecánica, al pro-
tagonista le mantenían los ojos
abiertos con unas pinzas, para que
viera una sucesión interminable de
imágenes, veloces, rápidas, violen-
tas. Con la nueva generación no se
necesitan las pinzas.
Una sucesión interminable de
imágenes de amigos sonrientes
les bombardea el cerebro. El tiem-
po se les va en eso. Una clase se
dispersaba por un video que uno
le iba mostrando a otro. Pregunté
de qué se trataba, con la esperanza
de que sirviera como aporte o dis-
parador de algo. Era un video en
Facebook de un cachorrito de león
que jugaba.
El resultado de producir así, al me-
nos en los trabajos que yo recibo, es
muy pobre. La atención tiene que es-
tar muy dispersa para que escriban mal
hasta su propio nombre, como pasa.
Llega un momento en que ser
periodista te juega en contra. Por-
que uno está entrenado en ponerse
en los zapatos del otro, cultiva la
empatía como herramienta bási-
ca de trabajo. Y entonces ve que a
estos muchachos —que siguen te-
niendo la inteligencia, la simpatía y
la calidez de siempre— los estafa-
ron, que la culpa no es solo de ellos.
Que la incultura, el desinterés y la
ajenidad no les nacieron solos. Que
les fueron matando la curiosidad y
que, con cada maestra que dejó de
corregirles las faltas de ortografía,
les enseñaron que todo da más o
menos lo mismo.
Entonces, cuando uno com-
prende que ellos también son vícti-
mas, casi sin darse cuenta va bajan-
do la guardia.
Y lo malo termina siendo apro-
bado como mediocre; lo mediocre
pasa por bueno; y lo bueno, las po-
cas veces que llega, se celebra como
si fuera brillante.