Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 39
cuento
Difícil creer que allá abajo esté
la gente durmiendo. Es gente que
se levantará temprano para ir a tra-
bajar. Gente que seguro espera en-
contrar mañana un poco de la bue-
na suerte. Un pedazo de ella. Falta
saber si se conformarán con un
pedazo. Si serán como nosotros. Si
podrán andar por estas lomas con
las cien libras sobre la espalda. Pero
nosotros dormiremos la mañana.
Después iremos a vender el café.
Antes lo vendíamos temprano.
Se lo vendíamos a los negros en la
casa de Oliveros. Tenían un carro
preparado. Era bueno eso del ca-
rro porque ellos compraban todo el
café. Se iban por la noche con diez
quintales. Con más. Yo nunca supe
con cuánto. Camilo sí. Camilo es
una fiera en eso de los números y
las cuentas. Camilo siempre fue así.
Inteligente. Yo no. Yo lo único que
hago bien es subir y bajar por es-
tos lomeríos. No tengo cabeza para
otra cosa.
Hoy no cargamos café seco, que
era el que los negros compraban
bien. A quinientos pesos el quintal.
Café bien seco que les comprába-
mos a los guardias. No era como
este café maduro que llevamos hoy.
Lo recogemos directo de los cam-
pos. Nos metemos en los cafetales
y llenamos los sacos. Eso es difí-
cil. Difícil y peligroso, porque los
guardias tienen carabinas y tiran a
matar. Por eso ya no nos gusta este
negocio. Bajamos de noche con los
sacos llenos de café maduro. Como
hoy. Es café maduro lo que lleva-
mos en los sacos. Café que va cho-
rreando miel. Miel que se mezcla
con el polvo hasta formar una cos-
tra sobre la piel. Hasta empaparnos
la ropa. Nos rueda por la espalda
directo hasta el culo. Y del culo
a los huevos. Y el culo y los hue-
vos empiezan a arder. Son tres mil
metros de bajada por este camino
pedregoso con cien libras de café
maduro sobre la espalda, con mie-
do a resbalar o a sajarnos la piel con
Vamos bajando desde los cafetales,
vamos a pie, con miedo a resbalar en
estas piedras sueltas del camino. Vamos
saltando desde arriba, esquivando las
espinas de las zarzas. Bajamos como
los chivos por estos roquedales, pero
no somos chivos. Somos nosotros.
Vamos bajando cargados de café por
este camino de cabras. Café robado.
las espinas, y con la picazón en el
culo y los huevos. A veces arde tan-
to que soltamos la carga para ras-
carnos. Nos rascamos con las dos
manos. Con las uñas sucias. Y eso
es peor. Pero al final del camino nos
espera un baño en el río, y al final
de la noche nos espera una cama.
Un baño en el río y una cama por
el café maduro que llevamos sobre
los hombros.
Camilo va callado. Se rasca
callado. Se adelanta a veces, mal-
dice bajito. Lo dejo ir delante. Lo
veo recortarse contra las luces del
pueblo. Ahí va Camilo con su saco
al hombro. Cien libras. Ni una
menos. Nunca ha querido cargar
menos. Y yo siempre he querido
protegerlo. Le digo que no cargue
tanto. Que no se esfuerce tanto. Y
es que Camilo es más bajito que
yo. Mucho más. Tiene mi edad
pero parece un niño de diez años.
Ni bigotes tiene. Dicen que por
un problema de las glándulas. Ca-
milo nunca ha querido hablar de
eso. No lo habla con nadie. No lo
habla conmigo. Y yo no le pregun-
to. La gente sí. La gente pregunta.
Le dicen apodos. Yo no. Yo le digo
Camilo. Será por eso que le gusta
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