tura atraviesan un proceso que acumula modificaciones, y
cuyos cambios—en un mundo cada vez más interconecta-
do— promueven y extienden la necesidad de “derribar mu-
ros” . Es claro, sin embargo, que esta retórica de la demoli-
ción no sólo se refiere a los muros materiales, concisos, vale
decir, a las formas, sino que más bien apunta a la estructura
entera. Una estructura que puede entenderse como la ma-
nera de organizar nuestro plano. Es decir, los muros no detie-
nen por detener, no existen sólo para suspender la admisión
y privar el acceso de muchos. Son eso, pero también son, y
ante todo, muros que estructuran el paisaje.
De tal modo, reposar nuestro modelo de organiza-
ción en ‘muros’ es ignorar lecciones del pasado. Las ruinas
del Muro de Berlín, del Muro de Adriano, o los vestigios de
la Gran Muralla China, nos demuestran que estas estruc-
turas son proyectos fallidos. En su lugar, habría que refor-
mar —válgame la redundancia—la forma de vestir nuestros
paisajes. El caso de la frontera de Brasil con Uruguay, cuyo
territorio liminal estuvo en guerra, es un claro ejemplo de
ello, pues hoy es proclamada como la “frontera de la paz” .
Sin embargo, no quisiera caer en el error de trocar muros
por fronteras. Secciones de el Elogio de las fronteras de
Régis Debray es, pese a sus maniobras conservadoras, un
recordatorio del equívoco intercambio que normalizamos.
Bibliografía
Santos, Milton. Espaço
e método. São Paulo:
Nobel, 1985.
Los muros, como mencioné an-
teriormente, no están únicamen-
te deteniendo el “desborde de
la nación”, sino que existen den-
tro de nuestra propia unidad. En-
tonces, este cambio estructural
debe comprender más allá de
los muros materiales donde las
naciones se (des)encuentren,
y abarcar también —y con tre-
menda urgencia—los espacios
públicos urbanos. Así, en cada
edificación, en todo mural, en
cada espacio amurallado, en
todo ello, vale preguntarse ¿a
quiénes dejamos fuera?
Recapitulando, tenemos
dos cuestiones que bifurcan el
panorama de los ‘muros’: la for-
ma como vestimenta de una
función y la estructura como un
eje del que todo lo demás se
sostiene. Por ello, modificar la
forma y función es intervenir en
la estructura que previene su co-
lapso. Entonces, no se trata de
derrumbar lo que los muros sos-
tienen, sino un eco de revés que
nos permita transformar aquello que sostiene los muros. Es de ahí,
precisamente, donde nace este texto. Preguntarnos qué sostienen
los muros hoy nos permitirá nombrar aquellas estructuras cimen-
tadas. Dicho de otra manera, lograremos apuntar hacia aquellos
organismos que los muros necesitan para levantarse. Sin ellos, las
estructuras devendrán porosas y los muros perderán en su función
su más íntegra forma corpórea.
Sin embargo, en toda esta discusión resta una pregunta:
¿cómo lograrlo? Es decir, ¿qué intervenciones, de cualquier estir-
pe, son necesarias para el bautismo de dichas estructuras? Dar
atención a los ‘muros’— en el arte, en los medios y en este mismo
ensayo— nos acerca a un debate que quizás nos lleve a imaginar
nuevas formas de estructurar, pero que al mismo tiempo presagia
una peligrosa erosión donde las fuerzas del mercado capitalizan la
propia concepción de ellos. ¿Será que la demandada discusión
sobre los muros eleve su propia oferta? ¿O quizás nos incline a un
diálogo del sensacionalismo? Cuestionar el papel de la crítica es
una tarea en la que todos debemos participar, y es una cuestión
que, si bien parece desinteresada, su silencio nos heredará rupes-
tres formas de edificar el mundo.
Adrián Ríos
4 Por ejemplo, en los últimos años podemos verlo reflejado en varios movimientos sociales
y artísticos a través de la Unión Europea, así como en acontecimientos extendidos en la
frontera México-Estados Unidos.
5 En esta frontera, por ejemplo, la Guerra de Cisplatina, o Guerra del Brasil, (1825-1828) fue
el inicio armado de una disputa territorial que se alzó en cuatro ocasiones y cuyo fin llegó
con la construcción de puentes y parques binacionales entre ambos países.
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