REVISTA CANDÁS EN LA MEMORIA - Numero 8 Abril 2019 REVISTA NUMERO 8 CANDÁS EN LA MEMORIA | Page 18
DOMINGO DE PASCUA
Un año más se cumple el ritual. Visita temprana a
la rula, capilla provisoria de la Virgen del Rosario.
Suelo quedarme en la puerta en espera de que mi
mujer cumpla con ese compromiso ineludible, tan
íntimo y entrañable para ella. Este año, quizá por
ciertos aconteceres, percibo que su agradecimien-
to a la virgen es más emotivo; puede que sólo sean
apreciaciones mías. Apenas dura minutos la visita,
escasos pero profundos de sentimiento, lo sé. Toca
sin demora dirigirse hacia el antiguo ayuntamien-
to y coger el sitio, el mismo de año tras año, con-
virtiendo esta acción en un segundo ritual previo
al Encuentro.
No es fácil de explicar, aunque me ocurre, pero
tiendo a desvincularme del aspecto religioso del
evento para centrarme, a mi manera, en lo que de
tradición popular de arraigo marinero tiene. Sé
que es una línea muy fina y reconozco que difícil
y compleja en su trazo separador. No obstante,
cuando el cortejo que parte de la rula asoma a
la altura del Paseín, me sucede. Puedo aseverar
que todos los años que lo presencio. La visión de
la comitiva es como una ventana que se abre al
pasado. Los colores se tornan sepia con los viejos
recuerdos que repentinos afloran y toman vida.
Los padres que portan y acompañan a la virgen se
vuelven hijos y los hijos que con ellos van se vuel-
ven nietos. Es efímero el instante, pero suficiente
en ese retorno ilusorio al ayer, para entrever cómo
numerosos antepasados resurgen e incrementan
el cortejo convirtiéndose en protagonistas: güelos
y padres de los que hoy preservan sus costumbres
arriban al muelle entre el sonido quimérico de la
sirena de la antigua rula para acompañar una vez
más a su patrona en una nueva festividad de la
pascua. Reminiscencias del pasado que mi cabeza
conjuga trayendo al presente.
Son tres la venias y justo a la tercera, cuando la
bandera rojigualda desciende sobre la madre
y la custodia representativa del hijo resucita-
do, el velo es retirado con pulcritud meticulosa
meciéndose en la brisa de la mañana. Suena el
himno nacional. De nuevo la imaginación vuela
tras ese velo negro que momentos atrás cubría la
cara de la virgen, y me hace sentir que amén del
luto propio de la iglesia, representa la desdicha
de tantas y tantas familias humildes que durante
siglos perdieron a su gente en la mar. Este año
la campaña de pesca será buena. Así lo dice la
tradición.
Suena La Salve. Decenas de voces. Mixtas.
Populares. Las crónicas dicen que la primera
vez fue cantada por treinta y seis marineros allá
por 1899 en la celebración del sábado de gloria.
A mí siempre me resulta emotiva escucharla.
Es en las voces, en el afecto en ellas depositado,
más allá de la excelente, buena, o menos buena
entonación de la melodía, donde uno que sepa
de qué va la cosa encuentra latente el respeto y
el cariño hacia todos los que anteriormente la
cantaron y ya no están.
¡Aplausos! Tañen las campanas en la iglesia.
Reinicia el camino la procesión, ahora con la
virgen resplandeciente, desprovista de ese luto
religioso y también marinero simbolizado en
el bruno velo recién quitado. Echo en falta, un
año más, la emotiva canción compuesta por
Pipo Prendes que habla del día de gloria, de
Candás y la mar, relegada en su momento con
proceder rancio y un tanto despótico. Siem-
pre creo que al año siguiente se cantará. Y ya
que no fue éste, me gustaría poder escucharla
el que viene, poniendo fin a una etapa oscura
que dura ya muchos años. Sería la culminación
perfecta al Encuentro tras el canto de La Salve.
Luce el sol en la mañana. Es día de gala. De
vermú largo y de comida familiar. Y de canta-
rinos a la atardecida en el Brisas. Hay costum-
bres, tradiciones, o como lo quieran llamar que
no se deberían de perder.
Texto y fotografia José Carlos Álvarez
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