REVISTA CANDÁS EN LA MEMORIA - Numero 7 Marzo 2019 REVISTA CANDÁS EN LA MEMORIA numero 7 Marzo 2019 | Page 16
LA EMIGRACIÓN SILENCIOSA QUE NO
medios de los cubanos están atrofiados. La naturaleza es
PUDO VOLVER
sabia. Puede que un proceso de adaptación nos vaya con-
Miguel Angel Ponce de León Fernández (Hijo)
b) Déjelos en remojo ocho horas como mínimo.
c) Lávelos, escúrralos. Póngalos en una olla de
presión y écheles dos vasos de agua con un poco
de sal y otro de azúcar
d) Cocínelos durante veinte minutos a máxima
presión. ¿?
e) Deposítelos después de refrescados en sobres
de plástico y congélelos.
¡Mierda! Esto es contrarrevolución al duro y sin
guante. ¿Hasta cuándo habrá palomas en esta
plaza? Con ellas se hacen sustanciosas sopitas.
La piel me escuece y deserto de la Plaza del
Convento de San Francisco. Me dirijo a la casa
de cambio que está al lado de la Lonja del Com-
ercio para cambiar cuatro dólares. ¡Vaya! El dólar
subió a 21 pesos.
El refresco de mango y el café doble me los tomo
en el Café Habana. Subo la calle de los Oficios
aún sintiendo en la boca el sabor del buen café.
Prendo un cigarrillo Monterrey, negro, por su-
puesto, y enfilo hacia la calle de los Obispos.
- ¿Qué tal, Ponce?
Sigue. Se va. ¡Rápido, Ponce!
Su cara, sin cambiar de expresión, retrocede so-
bre su cuello cuando percibe que no hay escapa-
toria. No me permite iniciar el diálogo.
- Recibí tu carta.
- Pensé que no se la entregarían, Eusebio.
Leal medita apenas dos segundos.
- ¿Qué pasa realmente en Mercaderes 2?
Exploté en explicaciones incoherentes. Sólo
recuerdo que al final le pido que me saque de
ese antro, ex-paraíso de artistas, y que él bien
conoce.
Su cara se inclinó, ladeada, hacia los adoquines
de la calle. Unió ambas manos a la altura de su
plexo solar, una sobre la otra. Los dedos apretán-
doselas mutuamente . Entonces escuché de sus
labios, con uncido verbo, lo siguiente:
- Bien, Ponce, estudiaremos el caso.
Creo que me estoy yendo de la realidad. Creo
que puedo asegurar que los huesecillos martillo,
yunque y estribo de la gran mayoría de los oídos
duciendo a una sordera necesaria.
¿Qué caso hay que estudiar? ¿El mío? ¿El de la tribu de
delincuentes e ilegales amparados por las autoridades poli-
ciales que campean en Mercaderes 2? ¿Me sacarán de mi
vieja y amada Plaza de la Catedral? ¿Los sacarán a ellos?
Otro diazepán. Y gracias que me quedan. A la altura del
hostal Valencia, el olor de mariscos que se cuecen con
arroz, para hacer la paella de las 12 del día, me da una pat-
ada en la boca del estómago. Decenas de gringos rodean la
gran olla. Ningún cubano. ¿Qué almuerzan estos últimos?
Desemboco en la Plaza de Armas. ¡¡Horror!! Mi Arnol
y su nueva novia me esperan como dos pichones con
los picos abiertos. ¿El Ministerio del Interior planea mi
enloquecimiento al igual que lo hizo, sin lograrlo, con el
areopagita? ¿No le es suficiente con todo lo que ha pagado
durante cuarenta y un años el pueblo cubano?
- ¡Muá! ¡Muá! Ca va, Arturo?
- Jodido.
- ¡Coño, qué alegre recibimiento!
- Se me rompieron los zapatos.
Yo, que ando con un par de hediondas botas, viejas y rotas,
no digo nada.
Los invito a comer en una paladar bien, pero que muy
bien barata. Observo un chalazo en su párpado inferior
izquierdo y me conduelo. Necesita vitamina A.
Ambos me acompañan a la biblioteca Rubén Martínez
Villena, que está al costado del hotel Santa Isabel, antigua
casa del conde de Santovenia. Saco de la biblioteca un
best-seller de Stephen King. No puedo en estos momentos
con Saramago.
Nos sentamos bajo los falsos laureles, de espaldas al tem-
plete y su ceiba. ¡Rosita! ¡Carlos! ¿Por qué no habré pedido
lo mismo que ustedes, aquel 15 de noviembre? Ya es tarde.
Cuando el cielo invita los atardeceres pintados por Can-
aleto y las piedras despiden el reflejo del oro viejo, los dejo.
Retorno a mi tugurio. Escribiré esta crónica.
Un negro inmenso, seis pies y cuatro pulgadas de no más
de 35 años, ex atleta, choca conmigo al desembocar en la
esquina de Tacón y Empedrado. Un antiguo amante. Un
nuevo amante. No hay ternura. Sí hay ternura.
La espléndida vida me ofrece estos ramilletes de tardíos
miosotis multicolores, que deposito delicadamente en ese
vaso de cristal veneciano antiguo y raro que es la memo-
ria.
Comenzaré a escribir esta crónica. Será el recuento de un
extraño día.
Tocan a la puerta. ¡Oh, no! Una de las blanquísimas mofe-
tas viene a robarme el aura. Cierro 16 la mirilla y no abro.
Comienzo a escribir.
Fuente CubaNet