¿Has visto a Laura?
¿Qué Laura? ¿La rara?
Sí, la rara
Este tipo de comentario era habitual en el patio del instituto. Para la gran mayoría Laura era así,
rara. Como no iba a ser rara si decían que no tenía videoconsola, no tenía móvil, pero ¡por favor!, si
decían que no usaba ni siquiera las redes sociales. ¿Cómo era eso con lo que se divertía...? ¡Ah, sí!, li-
bros, eran libros, concretamente libros de naturaleza. Decía que leía libros y que con ellos prácticamente
no necesitaba otra cosa para divertirse y pasarlo bien.
Yo no la llamaba rara, es más, Laura era una gran amiga y he de reconocer que poco a poco me fue
contagiando su “rareza”.
Todo empezó una tarde en que la vi sentada en un banco del parque y se me ocurrió sentarme junto a
ella y preguntarle qué leía. Esa simple pregunta me abrió un mundo nuevo y desconocido para mí.
Laura me contó que sus lecturas favoritas eran los libros de naturaleza y que con ellos y su imaginación
pocos rincones de la Tierra le quedaban sin explorar. Ante esta declaración, durante un segundo pensé,
¿a ver si es verdad lo de su rareza...? Pero bastó que me narrara uno de esos viajes imaginarios que ella
hacía a través de los libros para que me dejara completamente fascinado y enganchado a su “rareza”.
Varias tardes me acerqué al banco del parque atraído por la emoción de sus narraciones. Y así empecé a
“viajar” yo también.
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